Los talleres literarios suelen ser una especie de conciliábulos secretos, en el sentido de que no es frecuente conocer más allá de las fronteras físicas de esas sesiones lo que allí se trabaja, se lee o se discute. Sus miembros son pocos, casi una sociedad secreta de creadores que se reúnen en torno a la pasión por el lenguaje, la escritura, la imaginación y la palabra, en este caso, poética.
El poeta piurano, radicado en Trujillo, Luis Eduardo García, dirigió en dicha ciudad un taller de poesía y una selección de poemas de los asistentes forma la antología Nueve goces apátridas. El título puede llamar a intriga, pero el poeta aclara su sentido en el prólogo: la patria de estos poemas es de manera fundamental su lenguaje. La excepción a este espíritu sería el último poema que comento en esta nota, de arraigo netamente peruano.
La idea de gozo añade la dimensión del placer, de esa alegría íntima (intuyo escasa) que puede proporcionar la creación: «Se entiende que los nueve goces son el resultado del placer o la posesión (efímera) del absoluto poético que buscamos atrapar infructuosamente cada vez que escribimos» (p. 9), dice García. Y no le falta razón.
El taller ha abierto sus puertas y revelado sus secretos. Una buena manera de saber qué se hace en ciudades fuera de Lima y cómo desde ellas se practica, se ejerce la literatura, el oficio creador. Se sabe que mucha de esta producción no llega a Lima y si llega es poco el impacto que tiene. Es hora de ir pensando en cómo cambiar la manera en que los textos literarios circulan en el país. Pasemos, pues, a la sala secreta de este taller trujillano y leamos.
El poema que abre la muestra se titula «Amordemia» y pertenece a Roxana Angelats. Un poema de lenguaje engañosamente sencillo y lírico de modo profundo, en el que se canta la imposibilidad de la plena realización del amor, es verdad, pero contiene también su solución:
Pero si me pides,
quizá
que hagamos del amor una renuncia
entonces, sí,
te amaré en tu siguiente amanecer (p. 13)
A continuación, Julio César Bailón ofrece a la lectura el poema «Lo inexplicable», de indiscutible carácter filosófico, pues en su centro hay una intensa búsqueda ontológica, un reclamo de la unidad del ser:
Muchos años en busca de una religión donde encontrarme,
en busca de un paraíso personal (p. 17)
Edith Martínez Luna presenta «Quién iba a imaginar», un texto breve, de corte epigramático y de ejecución impecable, sobre la sensación sonora y la finitud de la vida. Lo cito completo:
Quién iba a imaginar que detrás
de esas puertas
hay música.
Un sonido muerto que se apaga
entre las aguas (p. 21)
Víctor Andrés Rivera, en tanto, plasma en el poema el uso del espacio y el juego tipográfico, señal inequívoca de vanguardia, para llegar a una reflexión existencial a partir de temas como el mundo familiar, la ausencia y la soledad:
He sido amado tantas veces
y tantas veces he fallado
Mi sueño es amar
Pero me cuesta amarme
Me encanta ver el sol
pero vivo en la noche (p. 24).
Por su parte, Ever Oblitas evita con perspicacia los lugares comunes del nativismo para evocar la ciudad de Julcán desde la perspectiva de la persistencia, de la memoria, del ánimo de permanencia. Sin melancolía ni excesos telúricos, Julcán resiste:
tus treinta mil lamentos sombríos
que incólumes a los dioses juegan al azote
sobre tu piel grieta y curtida (p. 28).
Nancy Romero escribe el poema «Tu silencio» y no deja de ser uno de los poemas más interesantes del conjunto, por la precisión de su lenguaje y el ritmo que mantiene al punto de ser una verdadera pincelada en la que aborda un tema de larga estirpe en la tradición poética, como muestra el intertexto quevediano, al aludir al célebre soneto «Amor constante más allá de la muerte». Permíteme, lector, que lo cite también íntegramente:
Tu silencio
¿Cómo quieres que respete tu silencio? Si dejaste tu voz en mi casa haciendo eco en mi corazón.
Sucumbe mis actividades, me oscurece el día.
Tu silencio me está rompiendo hasta pulverizarme.
Polvo seré y me desvaneceré feliz.
He sido amor en ti.
Raúl Hernández Armijos escribe «Bajo los cristales». Una meditación breve que nos acerca al tema de la muerte, de la finitud de la vida. De esa conciencia aflora un sentimiento trágico, fatalista, ante el cual la acción humana es inútil:
(...) ante la muerte,
nada se puede hacer.
Ni contener
su lluvia tristísima (p. 34)
Ángela Mariñas es autora del poema «Vivir el clímax», una visión nostálgica de la concepción y su duración, el deseo de volver a las aguas del origen en el vientre materno, territorio que da la vida, pero asoma también allí su negación, la inexistencia:
Quiero no ser antes de ser.
Volver al espacio en el que ellos se pertenecían.
Vivir en el clímax.
Volver a ser nada (p. 37)
Cierra la antología Rosa Rebaza Villalobos con «¡Perú, eres tú!», una invocación de tema patriótico y aliento cívico que nos invita al disfrute de una identidad casi siempre inasible y escurridiza. Una mirada optimista y alentadora en tiempos oscuros es cosa de agradecer. Se agradece también la publicación de los trabajos de un taller de poesía que permite vislumbrar la vigencia del ejercicio poético en el país y conocer un poco más a las voces que conforman el coro reunido en estos goces apátridas.
Alonso Rabí do Carmo
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