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Hoy presentamos un exquisito libro: Tradiciones de terror de Ricardo Palma (Lima, 1833-1919), una acertada selección de tradiciones sobrenaturales de nuestro insigne Bibliotecario Mendigo hecha por José Donayre (Lima, 1966), y lo hacemos en un contexto favorable para nuestra literatura fantástica y terrorífica; por ello, antes de presentar el texto stricto sensu, repasemos cómo hemos llegado a este punto.
La literatura fantástica, de terror y la ciencia ficción peruana hoy gozan de muy buena salud. Asistimos a un boom de lo sobrenatural gracias a eventos académicos, revistas sobre el género, artículos y tesis, libros de ficción, su presencia en la prensa, libros especializados, antologías de todo tipo. Sin embargo, no siempre este panorama fue así. Esta eclosión de la literatura peruana no mimética tiene pocos años. Lo que estamos viviendo en estos momentos no existía hace treinta, veinte o quince años. Ninguneada por la crítica canónica, siempre permaneció por debajo de la literatura oficial o realista, y al estado de cosas al que asistimos hoy se llegó de forma progresiva. Por ello, valga este espacio para recordar unos hitos que fueron sirviendo como base para que, luego, lo fantástico y la literatura de terror peruana puedan gozar de la vitalidad mencionada hace unos instantes. Todo empieza con el nuevo siglo. Así, en la primera década aparecen diversos ensayos en revistas universitarias, además de tesis, destinados a desenterrar a autores y temáticas que entonces se creían inexistentes: el horror, la ciencia ficción y lo fantástico se hacían presentes en la academia; en 2006, se publica la narrativa completa de Clemente Palma, y en 2008, se da el Primer Coloquio Internacional de Narrativa Fantástica, una institución que se desarrollará desde entonces cada año. Estos acontecimientos, aunados a otros darán pie a que en adelante (en la década venidera) la crítica que antes negaba estas vertientes narrativas empiece a reflexionar al respecto. Es durante el periodo 2011-2020 entonces que se desarrollará lo fantástico de manera sorprendente. Es cuando aparecen numerosos textos desde la crítica y la creación, así como crecen los congresos. La cátedra y la academia harán lo suyo con diversos libros especializados, habrá mayor presencia en la prensa, y las antologías se multiplicarán (en una sola década se publicarán más antologías de narrativa no realista que las que salieron en todo el siglo pasado). Podríamos decir que es a mediados de 2011-2020 que ya estamos hablando de un boom.
Después, cuando aquella crítica académica incluya en el canon de los estudios literarios al fantástico, y la prensa contribuya a su visibilidad (recordemos las colecciones del diario Correo, por ejemplo, entre otras muchas), ocurrirá que una masa de lectores irá en búsqueda de estos libros, y otros noveles escritores y viejos también empezarán a publicar cuentos o novelas del género. Aquí tampoco se nos debe escapar el trabajo de los colegios y sus docentes. Es decir, diversos factores se juntaron para llegar a esta eclosión que estamos viviendo.
Anotemos que idéntica situación ha pasado con el microrrelato, y que el culmen para señalar su canonización sería la Antología general del microrrelato peruano (2022) de Ricardo González Vigil. En el caso de lo fantástico, sería el significativo capítulo dedicado a esta expresión narrativa en el volumen 5 de Historia de las literaturas en el Perú (2023), obra dirigida por Raquel Chang-Rodríguez y Marcel Velázquez.
Con esta fiesta del terror y lo monstruoso peruano, es que se redescubren o rescatan a autores olvidados, así como temáticas poco estudiadas de narradores nuestros consagrados. Es el caso de Ricardo Palma y el libro que hoy presentamos.
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Antes de comentar el libro que esta noche nos convoca, permítaseme anotar que ciertamente son muy escasos, por no decir que no existen, los estudios sobre la literatura fantástica o de terror en la obra palmiana. Así es. Del siglo XX mejor no hablemos, pues ya señalamos cómo era el panorama entonces (aunque curiosamente en 1999 aparece un libro de Isabel Tauzin Castellanos [Las tradiciones peruanas de Ricardo Palma] en el cual aborda, en una parte, la literatura fantástica del tradicionista, pero estamos ante una isla, al igual que como lo estuvimos con Harry Belevan, respecto al estudio de lo fantástico en general en el Perú, si mencionamos su Antología del cuento fantástico peruano [1977]).
En el siglo XXI, en la revista más importante e institucional sobre la figura de nuestro Bibliotecario Mendigo, Aula Palma (Universidad Ricardo Palma, 1999-2022; 21 números hasta la fecha), se pueden rastrear apenas dos artículos sobre el tema, aunque no específicamente sobre el horror o lo espeluznante en las tradiciones, sino solo sobre un personaje: el diablo (véanse los trabajos de Patricia Castillo y Juan Carlos Adriazola, en los números 5 [2006] y 21 [2022], respectivamente). Final y recientemente (2022), se ha publicado un artículo de Nécker Salazar también sobre este tópico en una revista extranjera (Boletín de Literatura Oral, 12; 2022).
Hablamos hace un momento de los coloquios (iniciados en 2008) y congresos (desde 2011) de literatura fantástica en el Perú. Pues bien, en ninguna de sus ediciones ha habido una sola ponencia al respecto. Nos hemos dado el trabajo de tal rastreo.
Dicho lo anterior, hay un vacío allí para llenar por la crítica especializada, que estamos seguros muy pronto lo hará.
Respecto a su consideración en antologías del relato fantástico peruano, las tradiciones sobrenaturales o fantásticas de Palma no aparecen en ninguna de las antologías del género del siglo XX. Recién figurarán, cuatro textos suyos, en el siglo XXI, en La estirpe del ensueño. Narrativa peruana de orientación fantástica de Gonzalo Portals (3a edición, 2008).
El lado oscuro y tenebroso de Ricardo Palma también ha sido recogido, por vez primera, por el cine peruano reciente; es el caso de la película Sebastiana, la maldición de Augusto Tamayo (2019), basada en la tradición «Mujer y tigre».
Finalmente, y ya yendo al carácter del libro que estamos aquí presentando, solo podemos decir que existen tres antecedentes notorios y aparecidos, ¡oh, sorpresa!, hace apenas unos años: Tradiciones espeluznantes (selección de Gladys Flores, 2013; seis textos); Tradiciones peruanas de crimen y espanto (selección de Ricardo González Vigil, 2015; seis textos), y Ricardo Palma, maestro del terror (selección de José Guardia, 2023; veintitrés textos). Sin embargo, estas tres adaptaciones se distinguen por ir dirigidas casi exclusivamente a un público infantil y escolar, dados los diseños y colores con que fueron trabajados los materiales, sus portadas y demás elementos paratextuales.
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No pretendemos resumir de qué va cada una de las quince tradiciones aquí incluidas. Pero les presentaremos de forma oral unas imágenes narrativas de lo que hallarán en este delicioso libro:
Verán al diablo causándole la muerte a unos soldados españoles que osaron profanar una huaca una noche de Viernes Santo («El carbunclo del diablo»); un poste en plena Plaza Mayor de Lima del cual cuelgan tres jaulas y en ellas habitan tres cabezas humanas, que pertenecieron a conquistadores que se rebelaron al rey, y que son el susto de todos los vecinos («El robo de las calaveras»); el despertar de un muerto que estaba siendo velado en un convento, el cual lo hace por fastidio de un religioso que quería acostarse a su lado («Fray Juan sin Miedo»); o un fantasma con hábito de fraile que a medianoche suele pasear por la ciudad rodeado de llamas infernales y demonios («El encapuchado»). También observarán una procesión de calaveras salida de una iglesia, orando, y que en lugar de cirios llevaban canillas humanas («La procesión de ánimas de San Agustín»); al diablo siendo burlado por tres mozos en su estatus de ser el mejor borracho, mujeriego y jugador, y puesto en la chirona toda una noche («Desdichas de Pirindín»); la ilusión de una mano negra, peluda y con garras que aparece en la pared de una calle limeña adornada de imágenes de santos («La calle de la manita»); al diablo convertido en un indio burlándose de unos codiciosos tras hacerles perder unos tesoros conseguidos y originar una laguna en Puno («La laguna del diablo»). Además, verán el fantasma de un fraile que vuelve a la vida para recuperar un dinero dado a guardar a un mal comerciante («El alma de fray Venancio»); a un cura abandonado y necrofílico, tras la pérdida de su querida, tocando una siniestra quena y cantando un yaraví infernal, y con ello invocando al diablo y decidido a irse con él («El Manchay-Puito»); la muerte espantosa de una joven mujer secuestrada en una extraña casa en la que habitaban también tres extraños seres: un clérigo, su viejo criado y un perro («La casa de las penas»); a una vieja beata convertida en lechuza y volando por la ciudad, luego de salir de casa de su concubino, la cual será luego castigada junto con otra bruja por la Inquisición («La misa negra»). Finalmente, presenciaremos otra vez al diablo mostrando y ocultando tesoros, y así burlándose de todo un pueblo («Los buscadores de entierros»); o también como un valiente patriota en tiempos de la Emancipación y siempre vinculado al oro («Los brujos de Shulcahuanga»); y el macabro final de dos hermanos que habían pactado con el demonio: a uno no solo su alma sino hasta su propio cuerpo ya extinto le será robado por el maligno, y al otro, por renegar de la Iglesia, le tocará sufrir el fuego del infierno y mandarnos mensajes de horror al respecto («Los endiablados»).
Ambientados en Lima, Cerro de Pasco, Puno, Cusco, Huamachuco e Ica, y en tiempos que van desde iniciada la Colonia (siglo XVI) hasta bien entrada la República (siglo XIX), estos quince relatos terríficos, o cuentos de viejas, nos presentan como «héroes» a tres tipos de protagonista maléficos: el diablo, los fantasmas y las brujas. Tradiciones todas, con excepción de una, que se desarrollan o tienen su momento de clímax siempre en la oscuridad de la noche. También suelen estar ambientadas en o alrededor de una iglesia, huacas, en fechas sagradas o con la participación de religiosos. Destáquese también que la muerte siempre o casi siempre estará presente, y que la figura de la mujer, cuando es coprotagonista, será una fémina joven, bella, débil, enamorada o ingenua.
En estos relatos, en los que todas las clases sociales tienen presencia, y los vicios humanos los gozan tanto laicos como religiosos, cabe señalar dos elementos por tener en cuenta, que también aparecen en el resto de la obra de nuestro tradicionista: 1) la ironía y 2) la fustigación tanto al pensamiento religioso y colonial como al actual tiempo del narrador. Palma, hombre anticlerical, liberal y masón, será, sin embargo, tan mordaz contra uno como contra los otros, dejándonos muchas veces con la interrogante: ¿extraña ese pasado colonial por sus leyendas de aparecidos y formas de vida muy distintas a la suya?, y esto lo decimos porque constantemente Palma vuelve del tiempo de su relato al aquí y ahora de su época para lamentar el presente:
Y el depósito se realizaba sin que mediase una tira de papel; pues la honorabilidad del mercader, hombre que diariamente cumplía con el precepto, que comulgaba en las grandes festividades y que era mayordomo en una archicofradía, se habría ofendido si alguno le hubiese exigido recibo u otro comprobante. ¡Qué tiempos tan patriarcales! Haga usted hoy lo propio y verá dónde le llega el agua. (pág. 59)
O ¿es un hombre creyente en la razón, la ciencia y los avances tecnológicos de su presente siglo?: «Parece que el silbido de la locomotora ha bastado para espantar al maligno [el diablo]» (pág. 13). Si Palma es romántico, es extraño todo esto último: el hecho de que se burle de las leyendas populares —aun cuando las recupera y engalana para el mundo— al practicar la ironía donde supuestamente aplaude todos estos elementos culturales atacando la herejía de la patria y la República. Léase al respecto este pasaje:
Francamente, no puede ser más prosaico este siglo XIX en que vivimos. Ya no asoma el diablo por el cerrito de las Ramas, ya los duendes no tiran piedras ni toman casas por asalto, ya no hay milagros ni apariciones de santos, y ni las ánimas del purgatorio se acuerdan de favorecernos siquiera con una procesioncita vergonzante. Lo dicho: con tanta prosa y con el descreimiento que nos han traído los masones, está Lima como para correr sin ella. (pág. 39)
Es extraño, si es romántico, que el autor se alinee a los mandatos de la antigua Ilustración europea, al iluminismo, la ciencia y la razón, en desmedro de toda práctica cultural ajena a esta visión, que los románticos europeos atacaron. Hasta en eso, pues, nos toca decir que, aparte de haber inventado una nueva especie narrativa, Ricardo Palma fue original.
Debe explicarse entonces que en estas tierras no hubo una Ilustración como en Europa, ni luego prácticas burguesas que dieran paso al capitalismo, no tuvimos pues una Revolución Industrial ni gozamos de otros factores históricos que determinaran nuestro devenir como en Europa, figuras contra las que se rebelaron los románticos y góticos europeos. De nuestra edad media (la colonia) pasamos de frente a una especie de edad contemporánea (la República). No hubo una fase intermedia. Y de ahí que nuestro romanticismo tardío sea distinto. De ahí que Ricardo Palma, según Alberto Escobar, citado por González Vigil, «de manera integral condensa las antinomias fundamentales de su época: tradición / renovación; impulso popular / elaboración culta; paradigma de oralidad / esmero estilístico de la escritura; hispanismo / americanismo; evocación colonial / anhelo republicano; etc.». (González Vigil, R. [2004]. Literatura [Enciclopedia Temática del Perú, t. XIV]. Orbis Ventures; p. 87.)
De otro lado, y finalmente, proponemos una lectura gótica de estas tradiciones, a pesar de la poética de Palma:
Muchas son las leyendas fantásticas que se refieren sobre Lima, incluyendo entre ellas la tan popular del coche de Zavala, vehículos que personas de edad provecta y duros espolones nos afirman haber visto a media noche paseando la ciudad y rodeado de llamas infernales y de demonios. Para dar vida a tales consejas necesitaríamos poseer la robusta y galana fantasía de Hoffman o de Edgar Poe. Nuestra pluma es humilde y se consagra sólo a hechos reales e históricamente comprobados como el actual […]. (pág. 26)
Como el lector lo comprobará, en todos estos relatos están presentes los elementos clásicos de la novela gótica (aquella que aparece en Europa en la segunda mitad del siglo XVIII y se prolonga durante todo el siglo XIX); aunque, por supuesto, gracias al sello singular de nuestro tradicionista, estamos hablando de un gótico peculiarmente local, uno a la peruana, muy distinto a la producción de otros autores góticos nacionales de la época o radicados en nuestro país, los cuales imitaban las narraciones foráneas, tanto en sus personajes y lenguaje como en la ambientación y acciones.
Recordemos entonces cuáles son estos elementos de la clásica literatura gótica europea y veremos si estos se hallan en las tradiciones aquí estudiadas: a) historia desarrollada en un pasado medieval (en las tradiciones y nuestra historia, ese pasado sería la colonia); b) protagonistas sobrenaturales y de terror, como vampiros, hombres lobo, fantasmas, brujas y diablos (en las tradiciones, están presentes los tres últimos personajes); c) castillos medievales y barcos fantasma como locaciones de espanto (en las tradiciones, en lugar de estos, tendremos nuestras iglesias coloniales, cerros y huacas); d) la mujer joven, bella y frágil como víctima del mal (elemento presente en las tradiciones); e) ambientación espeluznante (elemento presente en las tradiciones); f) la noche como momento perfecto para el desarrollo de las acciones hórridas (elemento presente en las tradiciones); g) anticlericalismo (elemento presente en las tradiciones); y h) rebeldía contra la razón y la moral clasicista (elemento presente más en unas que en otras tradiciones).
Y un último rasgo, y además el primordial para confirmar si una narración es gótica o no, sería el que bien describe Carlos Calderón Fajardo, y que se cumple en nuestro tradicionista, gracias a la memoria de aquellas viejas y abuelas narradoras presentes en su obra:
La [literatura] gótica es algo que nace en el imaginario popular motivada por pulsiones ancestrales como el miedo a lo abyecto y el terror a la muerte. Lo gótico nace siempre de las leyendas, es literatura inspirada en el imaginario popular y su éxito es que vuelve nuevamente al imaginario popular. Es decir, la literatura fantástica es inspiración de un artista individual, la gótica la crea el imaginario colectivo en forma primero de mito y luego de leyenda, que, luego, un escritor convierte en novela o cuentos góticos. (Calderón Fajardo, C. [2010]. «Lo gótico y lo neo-gótico. (Lo gótico y lo neo-gótico en la literatura peruana)». En E. Honores y G. Portals (Eds.), Lo fantástico en la literatura y el arte en Latinoamérica. Actas del Coloquio Internacional (pp. 59-72). CELACP; El Lamparero Alucinado; p. 61)
En otro espacio, se podría discutir si la ironía palmiana «mataría» o cancelaría todo relato que quiera vestirse de gótico. Por lo pronto, consideramos que no; que el terror gótico sigue presente aun con esa impronta del autor, y aquí hay que rescatar que no estamos ante el uso excesivo ni gratuito de este recurso, puesto que la intención crítica primará sobre cualquier otro afán.
Este 2023 se cumplen 190 años de nuestro querido «viejo socarrón» (Ribeyro dixit), y qué mejor que festejarlo volviendo a sus ricas tradiciones y, más aun, a sus tradiciones fantásticas y de terror, gracias a esta encomiable publicación. Auguramos todos los éxitos, sin duda, para este libro.
Jorge Ramos Cabezas
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