La poesía suele ser el terreno de lo inefable, de lo epifánico, hogar de visiones y experiencias que la lengua común no puede explicar y, mucho menos, expresar. Por eso algunas veces la poesía se propone someter al lenguaje y conducirlo hacia sus posibilidades más extremas, hacia esas fronteras de la expresión en las que la palabra construye su reino para mostrarse al lector, que de esta manera es retado creativamente a un acto de desciframiento.
La poeta Katherine Estrada comprende bien este rasgo del lenguaje poético y lo pone en práctica en Liberaciones. El sentido de tu universo. Muchas cosas en juego se despliegan en este escenario de hondo dramatismo: la incertidumbre, la condición de madre, la gestación y el alumbramiento amenazados por un dictamen médico, el amor, el desamparo.
La tensión recorre todo el libro, es su signo vital. ¿De qué tensión hablamos? De una entre el lugar de enunciación y la razón. ¿Cuál es el lugar de enunciación? La desesperación, el amor inclaudicable de una madre ante una palabra que puede condenar al fruto de su vientre al infierno de la anormalidad, esa zona de radical subjetividad en la que el poder del logos demuestra su incapacidad de ejercer dominio: el logos no puede entender cabalmente esta profunda expresión del amor.
De las palabras que dedica en el prólogo la poeta Violeta Barrientos quisiera destacar dos cosas: la adscripción de Estrada a una actitud de carácter vanguardista, que se sustenta en su ánimo de rupturas lógicas en el discurso y una inteligencia metafórica que nos conduce a la «acuarela sinestésica» que la autora menciona en uno de sus versos. El trasfondo de estos dos elementos es sin duda una reflexión sobre el lenguaje: el yo, a medida que teje su discurso, informa al lector sobre los límites y alcances de su propio discurso.
Es interesante la asociación que surge de la idea de la gestación como figura análoga a la escritura. En el poema «8 meses», por ejemplo, se lee:
Observo el reflejo de mis jóvenes islas,
el abultado vientre en llamas.
Líneas marcadas, placas tectónicas,
ramificadas cual árbol de la vida y la sabiduría.
Vertientes que parten desde mi agujero negro,
hasta el núcleo limítrofe de mis espasmos (p. 21).
El poema narra el proceso de gestación por medio de pautas verbales, como el verbo imaginar, central en la actividad creadora:
y al mediodía, en agitado respiro, imagino:
Tus dulces mohínes.
La seda de tus manos.
El color de tu voz.
Son múltiples los asuntos que va recorriendo este poemario, en un hilo dramático articulado de manera muy sólida. A la gestación sigue el alumbramiento y el posparto, ese período crítico y de sensibilidad radical, en el que las transformaciones de la vida lo inundan todo, un mensaje que dice, finalmente, que nada será lo mismo, que el alumbramiento es un hito que inaugura nuevas vivencias que se suman a la cotidianidad:
El libro empieza con una declaración de principios; la conciencia de la muerte o la anulación de todo deseo no es el inicio en sí, sino la reanudación de una existencia previa, corolario de una situación límite y definitiva. Sin embargo, a pesar de la muerte, la autora llena de color el primer poema. Puede haber muerte, pero eso no significa la manifestación del luto o sufrimiento ni la posibilidad de sobrellevar el duelo. Estamos ante la necesidad de dejar de ser para asegurar la vida y eso podría implicar algún tipo de celebración o puesta en escena. De hecho, se anuncia una suerte de espectáculo: «que se abra el telón / que sangren las venas / que agonice el sol» (p. 13). Este preámbulo, antecedido por dos anclajes —el firmado por Sulpicia (la voz femenina de la poesía romana, siglo I antes de Cristo), en el que resalta «Venus con sus promesas ha cumplido: que deleites míos cante cualquiera por si dice no haber tenido suyos», y el verso suelto: «Hay líneas que se escriben en olvido», que de algún modo nos advierte de cierto grado de iluminación creadora en el ejercicio de poetizar—, nos aproxima a los veinte poemas siguientes, para tomar distancia y sopesar el vaivén de lo que la autora nos confiará.
Te he pillado contemplándome
mientras lo alimento de mis pechos,
te abstraes en mi cabello e imagino lo que piensas:
ya no volverán las flores que me colocabas,
entre el sol y la sombra,
del bosque a la facultad (p. 23)
La presencia del autismo problematiza la condición materna. El yo exacerba sus posibilidades de afecto y protección. La creación, la palabra, en ese contexto, asoma como un poderoso bálsamo, como un conjuro:
Ven mi niño,
vuelve a reflejarte en mis ojos,
¡a la una, a las dos y a las tres!
juro por mis antepasados que inocularé
sobredosis de fe,
hasta rebalsar mi aurícula izquierda.
Me tejeré sentidos adicionales,
tararearé todas las noches una vieja melodía,
construiremos juntos un pararrayos para nuestro dolor,
y con un fragmento de mi recia sombra,
lograré al fin sacarnos de ahí (p. 26)
La búsqueda de la redención es, entonces, conmovedora.
No he comentado aún el título del conjunto. La palabra «liberación», en términos simbólicos, puede asociarse a la catarsis, a la limpieza, a una serie de acciones que tienen como fin purificar. El sujeto que vive la catarsis experimenta no solo haberse librado de una carga ominosa, sino también siente un efecto curativo producto del desahogo. Sin embargo, esta idea puede resultar sumamente conmovedora si se manifiesta en el plano del deseo y no en su realización porque el yo se sabe atrapado, que ese estado de gracia será inalcanzable, como dejan entender los versos finales del poema «Adiós al camino de las baldosas amarillas»:
Retomo los golpes sobre mi reflejo,
sé bien que no existe fuego que purifique
lo que esta noche estoy anhelando (p. 39).
El lenguaje exhibe su lucha por trascender el dolor; el yo nos muestra la imposibilidad de conseguirlo.
La condición femenina es otro asunto importante en el desarrollo de este intenso poemario. Dicha condición se manifiesta sobre todo en la experiencia cotidiana de la maternidad, pero de una maternidad marcada en ciertos bordes: un hijo autista, resistido por un entorno social prejuicioso; una madre cuyo amor incondicional, que no hay que confundir con resignación, expresa lo sublime y lo terrible de su día a día.
La carga emotiva es una constante a lo largo de todo el conjunto. El poema que cierra el libro nos reserva una sorpresa: ver al yo poético enmascarado en Kevin, un niño autista que nos revela al fin su voz. Se trata, acaso, del poema más logrado, que consigue condensar de forma coherente todo el mundo construido desde la primera página de Liberaciones. El poema reflexiona sobre el ser autista, reflexión imaginada desde la enunciación misma del personaje, usando metáforas que revelan el oficio de su creadora:
El mar atrae mi silencio,
sospecho que ahí se alojan mis más grandes amigos,
aquellos que me hacen cosquillas
cuando sólo yo los veo,
y esculpen mis morisquetas cada mañana,
mientras escucho una radio de recuerdos (p. 65)
A veces suponemos que la imaginación no tiene límites. Empero, hay textos que ponen a prueba la certeza de esa afirmación, textos que, como Liberaciones. El sentido de tu universo de Katherine Aguirre, toman como punto de partida una experiencia personal y sentida, que en los poemas resta importancia al dato biográfico para centrarse en la intensidad del lenguaje y de los sentimientos singularísimos que, por medio de él, se ponen en escena.
Alonso Rabí do Carmo
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