«La autenticidad de sus personajes viene de cualquier esquina, no de elegantes vernisagges o simposiums con engolados escritores o pintarrajeadas poetisas. No carajo, viene de batallas callejeras, de todas las resacas y borradas de cintas en esas interminables rumbas, o de la escuchadera maravillada del chicucha que luego sueña y despierta para vivirla. Por eso su lenguaje está tan vivo que se hizo imprescindible un glosario de neologismos y barbarismos para léernoras y repollones», escribe David Rodríguez en la contratapa del libro.
Léernoras es una variación de lorna, persona lenta y fácil de engañar, usada por Valentina, uno de los personajes. Repollón, variación de empollón, dícese de la persona que estudia mucho. También Valentina pronuncia esta palabra. Mientras que chicucha sirve para referirse a un joven o jovenzuelo, como Abimael Robles, otro de los personajes, quien parece vivir ahogado en la chicha de las cantinas de mala y buena muerte del Cusco: bebida que con frecuencia consumen el resto de personajes, además de música death metal entre muros incas.
De esta manera, el libro propone, en boca de sus personajes, un interesante abanico de neologismos, que tienen su origen en la jerga local cusqueña entremezclada (como la chicha) con el lenguaje actual de la jerga digital de las redes y las comunicaciones por celular, de las que, ciertamente, es difícil escapar, aun más en una ciudad que se precia de cosmopolita, en pared con su historia ancestral de claves incaicas como el Cusco.
El libro en cuestión se titula Antares. Onírico manifesto (2022) y el autor es el cusqueño Carlos Alberto Rojas de la Torre (sin fecha de nacimiento declarada). Un conjunto de diez relatos que nos acercan al Cusco del siglo pasado y contemporáneo, poblado de su impronta tradicional, ritual, turística, de «marca Perú», pero también hiperconectado por internet, el consumo de alcohol y drogas, y problemas de tipo identitario y cultural. En todo caso, un Cusco que es vivido y observado por los ojos de personajes jóvenes, descreídos, conflictuados entre las redes y los muros de piedra que les gritan Historia; personajes que tienen nuevas maneras de ver el mundo y están dispuestos a romper el cerco, a hacer añicos la clásica foto postal cusqueña que solo muestra una cara de la moneda.
Los relatos
Un grupo de relatos de Antares. Onírico manifesto se ambientan en la época actual y pueden definir el corpus del libro. Entre ellos se encuentra «Valentina», que abre el conjunto, narrado por la voz de la protagonista homónima: una muchacha cusqueña acomodada de gustos lésbicos y vida disipada quien recala en una antigua casa del barrio de San Sebastián recibida en herencia. Allí se topa con una vieja pintura al óleo en la que se ve a una mujer de rasgos andinos. Pronto, Valentina se sentirá inquieta: la mujer es más hermosa que ella. Pero ¿quién es esa mujer? La historia dará un giro hacia el pasado y la celebración de ritos de limpia. En «Joven, aún», somos parte, mediante la historia de dos amigos, de un recorrido de disfrute y descubrimiento de la comida popular cusqueña de las zonas marginales, en contraposición con la comida gourmet que se ofrece en los restaurantes caros del turismo de lujo. La señora Markusa, quien vende chicharrones, y mamita Augusta, especialista en el manjar del caldo de cabeza de cordero, emergen como símbolos. La muerte, como el fino corte de un cuchillo, está presente hacia el final del relato. Mientras que, en «El último evangelio del Rocker», en un tono de humor, el autor cuenta la historia de un joven metalero, quien reclama a Satán su olvido de favorecerlo con dinero y comodidades, pese a haber cumplido con sus encargos en la Tierra.
Otros dos relatos se sitúan en el Cusco de finales de la década de 1980 y comienzos de 1990: «He pecado» y «Felicita». El primero muestra la incipiente movida de música subterránea en el Cusco, mediante la vida de Abimael Robles, un muchacho fanático de la música metal y sin trabajo conocido, quien deja embarazada a Elena. En tanto que es un embarazo indeseado, el aborto se plantea como una solución, pero Elena decide tener el hijo. Abimael, por su parte, preferirá recorrer el camino del mal y la delincuencia, y será parte de una organización de trafico de órganos. De esta forma, circunstancias insólitas van encontrando su cauce en la historia y en la vida de los personajes hasta llegar a un final inesperado. No obstante, la trama es sobrepasada por la crudeza del relato en la forma de ser narrado y el uso del lenguaje, y muestra, en realidad, la miseria de una generación hundida en la necesidad, en una sociedad que se sustenta en lo ancestral como un discurso edulcorado, que no beneficia a todos y mucho menos les presta atención.
Por su parte, «Felicita», el relato que cierra el libro, se ambienta en el primer gobierno de Alan García y podemos decir que se trata de un relato social. Cuenta la historia de una familia cusqueña humilde, pero próspera económicamente, que pronto se ve arrasada por las medidas del gobierno y el caos de la inflación, el terrorismo, las deudas con los bancos, los intereses, hasta un punto exasperante que conduce a una salida trágica ante la impotencia de no poder afrontar la realidad.
De esta manera, hay un contrapunto entre «Valentina» y «Felicita». En ambos relatos la protagonista es una mujer joven, y, si bien, ambas son diferentes socialmente, son habitantes de un mismo espacio como el Cusco, aunque en épocas distintas. Esto permite establecer una línea de tiempo para entender cómo ha cambiado la percepción de la ciudad en los habitantes, y cómo ellos y la ciudad se desenvuelven social, tecnológica y culturalmente. Mientras que Abimael Robles, de «He pecado», triangula esta realidad y nos muestra una cara distinta: el Cusco dark, secreto, de ocurrencias paranormales, violento y marginal; y el Cusco bajo las piedras y los rituales del mal, que preferimos ignorar. Así, estos tres relatos se convierten en el eje de Antares. Onírico manifesto y es por medio de ellos que Carlos Rojas exhibe sus mejores dotes en el uso del lenguaje y la recreación de la jerga local, la mezcla del quechua y las palabras gringas y foráneas, y el conocimiento de nuevas claves culturales híbridas que se han ido adueñando del imaginario cusqueño. A esto responde la necesidad de incluir un glosario después de cada relato.
Al respecto, en los glosarios el autor no solo brinda el significado de los vocablos, sino en muchos casos y con cierta ironía deja sentir su impresión. Por ejemplo: Mote con queso: «Delicioso potaje peruano que aún no ha sido patentado por el gobierno chileno» (p. 158). O Yunza: «Alegre festejo propio de los carnavales en casi todo el Perú. Siguiente objetivo después de eliminar las corridas de toros, ahora debemos cuidar los árboles y no cortarlos ni en los carnavales» (p. 158).
Ritos, brujos y evocación
Lo ritual, el culto y el pago a las deidades, a los apus, a la Pachamama, o bien el incumplimiento de las ofrendas y la condenación por ello, son los temas centrales en otros relatos de este libro. En «El condenado y el caminante», uno de los personajes «debió de haber hecho algo tan grave que incluso la Pachamama lo detestaba» (pp. 81-82). También encontramos elementos oníricos y acaso fantásticos, el quiebre de la realidad, y la disipación de la mente de los personajes, como en «Cincuenta años». En otros, el rito es fundamental para comprender la realidad, por ello que los personajes sean chamanes y brujos, incluso fuera del contexto local, como en «Toroqniyoc», que establece relaciones con los brujos del norte peruano.
Mientras que, «Medio romano, medio blanco, medio amarillo», rompe con el conjunto del libro. Es la historia del gato Evaristo, imprescindible en la vida de don Belizario. Un relato de evocación y tono familiar, en el que la nostalgia, la fidelidad y la relación entre el hombre y el animal son las claves de la lectura.
Magia y realismo
Antares. Onírico manifesto es un libro que se circunscribe en parte dentro de un realismo sucio, pero asimismo está colmado de un componente mágico, en el que los rituales, las creencias, los cultos (a veces ocultos), en diálogo con la naturaleza y sus elementos telúricos, no están ausentes. De manera que, no todo está dicho, siempre hay una ventana que todavía no se abre, y que no sabemos qué podemos ver a través de ella. Hay también en este libro una vitalidad vibrante, al mismo tiempo que oscura, que nos conduce a la felicidad, pero también nos arrastra al abismo como muy bien lo experimentan Valentina, Felicita o Abimael Robles, y acaso el propio Carlos Rojas, el autor del libro.
Christian Reynoso
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