La tradición poética peruana ha mostrado como una de sus líneas hegemónicas la asimilación creativa y legítima de poéticas diversas, provenientes mayormente del mundo occidental. En raras ocasiones, esta norma ha sido superada por el aliento y el eco de la cultura andina y de su lenguaje crucial, el quechua. La explicación del bilingüismo, o de la simple exposición a diversas experiencias culturales que se mezclan o fusionan con el poderoso simbolismo del quechua, no es suficiente. Es necesario pensar en la aspiración a construir una universalidad a partir de la enunciación de un mundo en el que la magia, el mito, la canción y la danza todavía perviven.
Estas ideas vienen a colación después de leer Urankancha (2022), un muy interesante poemario de Santos Morales Aroní (1990), quien ya había ofrecido dos libros: los poemas de Flor de lluvia (2015) y los relatos contenidos en Bajo la lluvia (2019). Urankancha es un lugar de claras reminiscencias míticas. Allí la historia familiar y la memoria se funden con el entorno natural, el transcurrir de los ríos, la caída del granizo, la saliva procreadora, pero también tienen un lugar en distintas prácticas culturales y artísticas, representadas en el acto de bailar o en la pulsación lírica y sentida de un arpa.
El libro se divide en cinco partes claramente delimitadas: «Aylluy» (Mi familia), «Llaqtay» (Mi país), «Killinchu» (Cernícalo), Granizadas y «Wayrapa Sisan» (La brisa del viento). En «Aylluy» se inscribe la historia de la familia, la ascendencia y la progenie se funden en el mito y eso ocurre desde el texto breve que el sirve de pórtico: «A una espina anclada en la lengua, le han brotado relámpagos. Los estambres y pistilos engendraron a Nazario Pérez y Josefa Ccarwas, y estos a su vez a Virginia Pérez, cuyo corazón le tendió el alba a Santos Morales» (p. 11). En el primer poema, titulado «Tunankancha», se lee: «El abuelo ha cosechado las mejores piedras hechas con la saliva del sol y ha musitado: wasiyta ruwasaq» (p. 13), frase que en quechua significa: «construiré mi casa».
Esta integración no tiene un carácter forzoso, por el contrario, muestra la riqueza simbólica y cultural que posee un yo bilingüe, que transparenta esa condición en su escritura. De ahí que no sorprenda encontrar versos como «Veo a mi padre ligero como chubasco, gatear y zambullirse en el pecho de la abuela buscando la vía láctea» (p. 13) o «Madre, mírame. Soy tu saliva suavizando el bolo alimenticio, tu grito de dolor más amoroso. Madre, no dejes de mirarme con tus dos granizos, con tus dos puquiales diáfanos» (p. 14).
En la segunda parte del libro, «Llaqtay», clara alusión a Ayacucho, tierra del origen, se interna en la exploración de un discurso que tiene en su centro a la experiencia social e histórica de la comunidad. En el primer poema de esta sección se respira ya el ánimo comunitario: «Vengan, vamos a la orilla del río Pampas, cojámonos de las manos, hagamos la ronda, bailemos pirwalla pirwa, cantemos waynos al ritmo del murmullo de nuestras venas, dejemos a los dedos de Diómedes, Máximo, Vladimir, Teódolo, encender el trino del arpa ¡oh! Pequeños dioses, hijos de las Musas y Wiraccocha» (p. 31). La invocación a la celebración, rica en matices rituales, en lenguaje que une tradiciones. En esa misma sección está el poema «Urankancha», que da título al libro y que tiene como tema el relato de la etnia puka, conquistada por los chankas primero y después por el inca Pachacutec. El poeta recrea aquí varios pasajes de la historia primigenia de esta comunidad: «Las primeras mujeres se alimentaban del lácteo de las estrellas. Podaron el relámpago y lo plantaron, regaban con leche de sus senos, hasta que brotaron hojas, le crecieron ramas y echaron flores y frutos. He ahí el germen de la agricultura» (p. 32). En el poema «Arapa», en cambio, brilla la melancolía por la infancia: «Este llanto entre mi sangre y mi voz. / Este llanto a cántaros/ Atiza mi infancia. // Fueron regazos de chubascos vespertinos. // Vuelvo granizo como cernícalo boreal. / Busco ternura en tus guijarros esparcidos en la orilla» (p. 39).
La sección «Killinchu» continúa el viaje hecho de reminiscencia. Destaca aquí un poema dedicado a un músico, el arpista Diómedes Linares, un texto lleno de imágenes muy sugerentes y delicadas: «Es un jilguero cantando en el follaje de las venas, en los peciolos del miocardio. Su arpa no es de madera, es de pedacitos de corazón, parchadas con salivas de la luna nutricia. Sus cuerdas de cabuyas y relámpagos encienden arpegios; fogata devoradora del silencio» (p. 57). En esta sección, como en otras partes del libro, la personificación es una figura importante, lo mismo que el epíteto, que afianza y enfatiza la expresión de la subjetividad del yo poético.
En «Granizadas», se establece una trayectoria que inicia en el acto de procrear y culmina con la devastadora decepción de la experiencia migrante. El primer poema, «Niño agrario», relata la fecundación y el nacimiento: «Desde mi saliva un niño germina. Se va trotando hacia la pradera de la reminiscencia. Explora anémonas en orillas de bostezos. Se cuelga relámpagos de talismán en el cuello» (p. 65). La sección se cierra con el poema «Abril 2020», tiempo que alude a la peste que sometió al país. El poema constituye una clara requisitoria al engaño capitalino y a la dura vivencia de la migración interna: «Atizaron la esperanza en las grandes urbes y bajaron como ayapanas por entre las grietas del silencio. Dejaron las anchas caderas de nuestras cordilleras». La amargura y el desengaño quedan marcados en fuego al final del poema: «Por eso ahora estamos aquí, con la renta ahorcándonos, atados de lengua y corazón» (p. 70).
Finalmente, la quinta y última parte, «Wayrapa Sisan», es una muestra de textos brevísimos, que no solo no renuncian a seguir representando un universo mágico, sino además ostentan un carácter que navega entre el epigrama y el aforismo, en un claro alarde de habilidad sintética. El poema «Ch», por ejemplo, nos dice: «Tu vientre río engendra peces mamíferos» (p. 74), mientras en «N» leemos: «El agua ladra entre los murmullos de los perros» (p. 81).
El poeta Morales Aroní logra un conjunto equilibrado, en el que destaca el manejo del poema en prosa, especie discursiva que representa uno de los rasgos de la modernidad poética, que el poeta practica con eficiencia. Lo mismo cabe decir del poema breve que habita en las páginas de Urankancha. Mención aparte para la ambición del mundo representado en este libro: un abrazo sutil entre Occidente y el Ande, un abrazo crispado, tenso, pero igualmente hermoso.
Alonso Rabí do Carmo