La palabra «artilugio» se emplea para señalar los mecanismos, máquinas o aparatos que tienen un manejo complicado o para aquellos que presentan una función que no se percibe fácilmente o que se desconoce, según indica el diccionario. Es también sinónimo de artimaña, engaño, ardid o maña, para poder conseguir algo o alcanzar un fin, de forma furtiva. Una tercera acepción nos remite a herramienta de un oficio. En ese sentido, si lo primero nos acerca a una idea de lo extraño, lo desconocido y, por tanto, lo que puede despertar curiosidad; lo segundo nos sugiere cierto hechizo velado como una forma de encantamiento para la obtención de un deseo.
Son bajo estas coordenadas que se circunscriben los cuentos que Mariangela Ugarelli (Lima, 1993) reúne en el libro que, justamente, ha titulado Artilugios (Hipatia Ediciones, 2022). Un conjunto de nueve cuentos a los que podemos considerar pequeños artefactos-artilugios literarios en los que la autora juega con mecanismos, máquinas, inventos y guiños a lo insólito, lo misterioso, lo fantástico y lo mítico. De esta manera, diseña un corpus en el que sus personajes —y los lectores junto con ellos— se desenvuelven para enfrentar lo desconocido e imposible. Como si la autora intentara «entre relojes y autos, en medio del asfalto de la ciudad (...) hacer crecer una flor» (p. 72), como afirma Ángela Barilla, protagonista del cuento «El arlequín».
Pero, además, este corpus narrativo está determinado por dos grandes temas que recorren el volumen: la muerte y la creación, artística y científica, como una manera de hilvanar las historias y proponer contrapesos, también como una manera de confrontar al lector.
La muerte
Tema por excelencia en el género fantástico y de terror, la muerte recorre como un cuchillo de corte fino los cuentos de Artilugios. Entre estas historias tenemos la de «El corral», en la que don Teófilo, un hombre que se nos sugiere como un gallinazo defiende su casa o su territorio y pone fin de una manera radical a las intenciones de los funcionarios gubernamentales que pretenden arrebatarle su propiedad. La venganza y cierto deseo de alcanzar justicia son determinantes en el relato. Más bien, la pobreza, la necesidad de alimentarse y el sacrificio conducen a una situación de tinte caníbal en una historia entre dos hermanos, en «Bello durmiente». Mientras que la selva amazónica sirve de escenario para «El Chullachaqui», cuento en el que tres amigas —Paula, Sasha y Lina—, junto con Pablo, realizan una excursión por la selva en busca de una laguna donde depositar las cenizas de Laura, otra amiga del grupo que ha muerto de un paro cardiaco. Pero la excursión pronto se torna caótica bajo la posible amenaza del Chullachaqui, el hombrecillo-diosecillo de la selva, capaz de transformarse y confundir a sus víctimas, aquellas que, según narra la leyenda, no tienen alma y por ello son susceptibles de su encantamiento. La angustia, la noche, la espesura de la selva devienen en elementos útiles que la autora aprovecha para suscitar un clima de tensión y misterio. Hacia el final, la muerte de Pablo deja una interrogante abierta: ¿quién o quiénes lo mataron? De esta manera, el cuento sirve para interpelar los límites del comportamiento humano en un contexto de miedo a lo desconocido. Uno no sabe hasta dónde puede llegar.
Así, en estos cuentos, la autora juega con elementos de la realidad, la ficción y lo fantástico, pero sin poder escapar de aquello que tal vez es lo único real e incuestionable más allá de cualquier artilugio: la muerte física, sin resolución, sin remedio, que irremediablemente llega como una sombra en cualquier momento. Pues, «cuando te toca, te toca» (p. 27), dice Pablo.
La creación
La creación artística como búsqueda de la belleza o la creación científica mediante el invento como indagación del equilibrio de la existencia humana están presentes como denominador común en otros cuentos de Artilugios. Una creación u otra que la autora condensa en dos sentidos: la vida y la muerte, y que nos recuerda que la imaginación, el conocimiento y el poder pueden servir tanto para dimensionar y entender el bien como el mal. La felicidad, la luz, el éxito, la salvación, o aquello que tal vez es lo mismo: lo oscuro, el fracaso, la utopía, la muerte.
Esto lo podemos ver, por un lado, en los cuentos «La cola de la salamandra» y «Solarum». En el primero estamos ante el robo de una fórmula científica en fase experimental que permite la creación de un bálsamo para regenerar el cuerpo y otorgar belleza, haciendo uso de la cola de aquel anfibio de manchas amarillas, la salamandra. Un descubrimiento que pronto se convierte en una empresa de utilidades cuantiosas. Sin embargo, tras de sí, asistimos a un conflicto familiar entre dos hermanas, la empresaria y la científica, y la madre de ambas quien asume el papel de conejillo de Indias. De cualquier forma, el bálsamo es la creación humana que permite reafirmar y conservar la plenitud, aunque con consecuencias funestas en el largo plazo.
En «Solarum», se narra el invento de un dispositivo bautizado con el nombre de Revivificador en manos de la doctora e inventora peruana Celia D. en el desierto de Mórrope, quien es abordada por Ariana y Elena, periodista y fotógrafa, respectivamente, llevadas por la curiosidad y el deseo de escribir un reportaje que cambie sus vidas. El Revivificador, dador de vida, tiene el poder de acelerar el proceso de germinación de plantas y árboles en una fracción pequeña de tiempo, con lo que se podría salvar a la Tierra del calentamiento global y la deforestación. ¿Es esto posible? El cuento deviene así en un conflicto entre los logros de la ciencia y la apatía de la humanidad por querer un mundo mejor, lo que también se refleja, en perspectiva, en Ariana y Elena, luego de la muerte de Celia.
Si estos dos cuentos hablan de la creación como oportunidad de vida, en oposición, en «El arlequín» y en «El granado» estamos ante la creación como preámbulo de la muerte. En el primero, la escritora Ángela Barilla decide renunciar a la escritura de su novela rosa El arlequín, publicada por entregas en una revista, pues ha decidido dar el salto a una literatura «de verdad» (p. 66) y escribir una novela histórica sobre María Magdalena, que requiere de todo su tiempo. Es Carmín, una profesora universitaria, quien reemplaza a Barilla, en tanto que El arlequín debe continuar para no defraudar a sus lectores. Enseguida viene el desencanto de Ángela ante la nueva mirada que su novela adquiere en la autoría de Carmín. Así, arrepentimiento, insatisfacción y culpa, en el deseo de salvaguardar su obra y el destino de sus personajes conducen a un final inesperado, en el que la literatura implica muerte.
En «El granado», la creación pictórica y los recuerdos de la infancia en el que un árbol de granado está presente, por alguna razón despiertan una serie de instintos en Nazario, un funcionario de banco con vocación de pintor. Cada día, el hombre, al volver del trabajo, se sumerge en el intento de pintar un cuadro en el que sus deseos, obsesiones y fantasías van apareciendo sin control. Por ello que, de pronto, la pintura adquiere vida y movimiento, pues Nazario «nunca había imaginado la inversión» de su «propia magia» (p. 63). Tal vez esto ocurre como un espejo que refleja la incomprensión de la realidad y que tiene como único canal el arte, pero uno no necesariamente expiatorio, sino uno que transmite pulsiones que llevan a la locura y a la muerte, a la vez que despierta deseos macabros. La «marca de Caín» (p. 60), como dice Nazario. Un sino que todos los seres humanos llevamos dentro, aunque optemos por echar tierra sobre ello.
Artilugios para confrontar
Artilugios confronta al lector, pues las situaciones límite que describen los cuentos dentro del mundo ficcional que propone Mariangela Ugarelli, empujan a una mirada interior en correlación con los personajes. Estos son también en su mayoría femeninos, lo que permite una sensibilidad distinta ante la manera cómo se enfrentan al mundo y al lector. A ello hay que añadir el lenguaje elegante y por momentos poético empleado por la autora en estas historias que pueden caer como el peso de una realidad de plomo (dixit Barilla).
Christian Reynoso
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