martes, 21 de marzo de 2023

Respirar en tiempos de pandemia


El contexto de la pandemia de la covid-19 vivida en recientes años en el mundo y los estragos que causó, no solo con los millones de muertos, sino en diversas dimensiones (léase económica, social, cultural y psicológica), inevitablemente, tanto en su momento como con el paso del tiempo, debía ser relatada, enfrentada y acaso sublimada por medio de la expresión artística y en particular de la literatura. Pues, cada hombre, mujer, niño, niña, familia, ciudad y país, tiene una o cientos de historias que contar; cada quien desde un punto de vista diferente y desde una ubicación y condición particular. La muerte, su amenaza latente, el temor a contagiarse y las posibilidades de no salvarse, la esperanza y la lucha, entre otros, acaso sean los tópicos que funcionan como denominador común en el sustrato de todas estas posibles historias que contar sobre el contexto de la pandemia.

De esta manera, en el campo literario, la ficción, en tanto instrumento que permite conjugar la realidad con la imaginación, mediante la escritura, sirve para acercarse a este suceso mundial y entenderlo y sentirlo de la mano de los personajes y las situaciones que viven. La ficción como un catalizador para comprender lo siniestro y lo bello que puede ser la vida y la existencia humana. Es bajo esta perspectiva que podemos acercarnos a Sumay, novela breve de Elizabeth Rodríguez Acevedo.


La historia

Sumay cuenta la historia de Simón, un hombre que bordea los ochenta años y que, en su vida profesional, ejerció la abogacía y la actividad política [«Mi padre me enseñó a luchar por nuestros derechos y por eso fui un político muy activo y me opuse al régimen franquista con toda mi alma» (p. 23)]. Tras haber enviudado, vive solo en su departamento de Barcelona, mientras atiende una dolencia en la cadera. Sus hijos, ya profesionales y con familia, viven lejos, pero mantienen una comunicación eventual con él. La soledad de Simón será confortada por la compañía de un perro de agua español, a quien recoge en un parque de niños y adopta, poco antes de que se decrete el confinamiento obligatorio por la covid-19, aquella enfermedad que «solo podría pasar en esos países asiáticos y que allí se quedaría» (p. 16), como Simón creyó en un momento.

Simón bautiza al perro con el nombre de «Sumay», y desde entonces asistimos a una historia entre amo y mascota, en la que la compañía que se procuran servirá como atenuante para enfrentar la situación de aislamiento, las desgracias de la pandemia y la incertidumbre. Como en la realidad, que las personas hablan a sus mascotas, en especial si se trata de perros, como si esperasen una contestación real, Simón entabla diálogo con Sumay, mientras que el perro, desde su instinto y observación, nos revela claves del pensar y sentir de su amo.

Este es el marco en el que pronto comenzará la historia que Elizabeth Rodríguez nos cuenta. Una historia que nos sitúa en el contexto de la pandemia, y explora desde la trama narrativa el mundo interior de los personajes y sus temores ante la enfermedad. Además de ello, la autora apela a un juego interesante de roles, de manera que quien nuclea y cuenta la historia es el perro Sumay. Recurso valioso que implica asumir el punto de vista del animal e interiorizar su sentir respecto a su amo: sus preocupaciones, su rutina, las caricias que le prodiga y su manera de ver el mundo


La voz de Sumay 

Sumay es una palabra quechua que significa «respirar». Simón la escuchó y aprendió en un viaje que hizo a la ciudadela de Machu Picchu. De esta manera, Sumay, el nombre del perro, resulta simbólico en el contexto en el cual se desarrolla la novela. Recordemos cuán importante era el poder respirar con normalidad durante la enfermedad para quienes se contagiaban. Al mismo tiempo, cuánta era la incomodidad de no poder respirar con normalidad si había que colocarse las mascarillas. En ese sentido, el respirar resultó siendo significativo en el devenir de la pandemia y, en este caso, como eje simbólico en la novela de Elizabeth Rodríguez. En realidad, al bautizar con ese nombre al perro, lo que hace Simón es poner en manos de su acompañante, que es casi como su hijo —ante la falta de preocupación de sus hijos por él—, la esperanza de poder mantenerse con buena salud en medio de la enfermedad atemorizante, que va cobrando vidas en el edificio y barrio donde vive. Por ello, Sumay, al escuchar su nombre, pensará: «Estoy muy de acuerdo con mi nombre porque soy ese respiro ante tanto dolor y tragedia que está pasando Simón» (p. 21). 

Por su parte, Sumay, como cualquier perro, disfruta del tiempo, de las caricias y atención que le procura su amo. Los paseos al parque, a la zona del pipican, las galletas tipo huesito con sabor a carne, o las croquetas que Simón le ofrece y que son una delicia. «Mis intestinos entraron en un caos absoluto y, como no entienden de pandemia, apretaron, y solo atiné a saltar de ansias por ese olor que desprendían las croquetas y, más aún, el sonido que hacían al caer sobre el plato» (p. 16), piensa. En agradecimiento, lamerá las manos de Simón con la intención de procurarle felicidad. 

Se opera de esta manera una bella además de utilitaria correspondencia entre los personajes, humano y animal, en tanto se complementan como una unidad indivisible que les permite sobrellevar el paso de los días. 


Novela informativa 

Sumay se compone también de pasajes en los que Simón habla por teléfono con cada uno de sus hijos sobre la salud, cómo van las cosas por casa, e inevitablemente sobre la pandemia y la covid-19. Las conversaciones versan desde distintas perspectivas, acorde a la profesión de cada uno de los hijos: Albert, quien es médico; Martí, quien es periodista; Eduardo, quien es economista; y Antoni, quien es ingeniero ambiental. 

Por medio de estos diálogos telefónicos entre Simón y sus hijos, Elizabeth Rodríguez logra construir un cuadro informativo respecto a la pandemia, puesto que los diálogos se constituyen como unidades narrativas que permiten al lector conocer detalles y captar información sobre la covid-19, desde distintas aristas, en correspondencia con la profesión de cada uno de los hijos: vale decir, el enfoque médico, el enfoque periodístico, el enfoque económico y el enfoque ambiental. 

En este punto podemos ensayar la idea de que Sumay es una novela de tipo informativo. Esto permite acercarnos al complejo entramado que guarda consigo la enfermedad, la cual, como sabemos —y hemos vivido y sentido— ha afectado y acaso siga afectando diversos espacios del vivir humano, el desarrollo de las actividades cotidianas, cuando menos si no ha causado muerte y dolor. Desde luego, las cuatro perspectivas que se asumen como tejido narrativo en torno a la covid-19 no son las únicas que podrían dar cuenta de su complejidad y sus afecciones, pero como marco referencial dentro de la novela sirven para entender, asumir, interpretar y acaso opinar igual o distinto de lo que afirman y razonan los personajes, lo que se constituye como un diálogo exógeno de la novela, entre lector y personajes. 


Hecho inesperado 

El final de la novela está marcado por un hecho inesperado (que no revelaré), a una semana de acabar el confinamiento y regresar a la normalidad, aunque la pandemia siga presente. Como telón de fondo, Simón le contará a Sumay la historia de su niñez, en la que tuvo la compañía de un perro, llamado Ankor, al que su madre mató por haberse comido una pierna de cordero. De esta manera, Simón, al adoptar a Sumay, retorna al tiempo, en una suerte de vuelta circular a la historia de su vida, y ofrece esperanza ante el dolor y la incertidumbre que se vive en el mundo, un planeta amenazado por una enfermedad desconocida como fue la covid-19. Sumay, en ese sentido, nos ayuda a entender el miedo, la soledad y la necesidad de compañía.


Christian Reynoso




Ficha técnica
Título: Sumay
Autora: Elizabeth Rodríguez Acevedo 
Género: novela
ISBN: 978-612-4330-81-0
Sello/editorial: Ornitorrinco Editores
Ciudad y año de publicación: Lima, 2022
Tamaño: 14.5 x 20.5 cm
Peso: 112 g
Páginas: 66
Precio de venta: S/ 20
Reseña de contraportada: Simón se ha quedado solo y halla en un parque a Sumay, el pequeño perro de agua español que será en adelante su fiel compañía. Narrada desde la «voz personal» de tan entrañable mascota, la historia tejida en estas páginas nos llevará por el difícil panorama de la reciente pandemia originada por el covid-19, un contexto en el que nos reconoceremos, permitiendo que nos contagiemos de la misma sensibilidad con la que Elizabeth Rodríguez Acevedo la concibió. Cuestiones como los desafíos de la medicina global, la posición de los comunicadores, expectativas de la economía internacional y objetivos en el cuidado del medio ambiente son puestas también en el tapete como una forma íntegra de mirar nuestra sociedad. En tal sentido, la autora nos ubica en el centro de las grandes preocupaciones mundiales dentro de una historia que tiene como premisas la fidelidad, el compañerismo y la comprensión. Hagamos nuestro este relato doméstico, pero ejemplar; esta aventura sencilla, pero única; estas páginas que nos enseñarán a ser mejores ciudadanos del mundo, pues atesoran aquellos grandes valores humanos reconocibles en cualquier parte del planeta.
Biografía: Elizabeth Marilú Rodríguez Acevedo (La Libertad, 1972) es docente y escritora. Radica actualmente en Barcelona. Siguió una Maestría en Educación Científica y cursa un doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha recibido diversos reconocimientos por su labor profesional, tanto en lo cultural como en lo científico. Cuenta con más de diez libros publicados, entre los que destacan Inmortales, Excelso, Sentimiento rebelde, Educación ecoproductiva «Planeta Azul», Semillero científico «Misión Tierra», El onceavo mandamiento de Horacio y Estrategias innovadoras en educación ambiental

Lugares de venta
Librerías: Librosperuanos.com, El Virrey (calle Bolognesi 510, Miraflores), Chimbote Lee Librería, Río Santa Editores (jirón Francisco Pizarro 704, Chimbote, Áncash), Infolectura (calle Raymondi 205, Trujillo), Librería Hirka (avenida Luzuriaga, Huaraz, frente a la plaza de armas).

Información de interés
Dirección electrónica de la autora: elizabeth.rodrigueza@e-campus.uab.cat



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y Autores Peruanos en Medios Digitales-2022 convocado por el Ministerio de Cultura del Perú

viernes, 10 de marzo de 2023

La voz de Alicia, una fotografía por revelar

 

La novela Cuaderno negro de Almada de Julia Wong Kcomt comienza con la entrada en el diario de Alicia, la protagonista, fechada el 19 de diciembre de 1999: «Mañana es el día. Mejor dicho, hoy, 19 de diciembre de 1999, a medianoche». Alicia acompaña a Alfredo, un camarógrafo peruano que ha viajado para cubrir el evento, por las calles de Macau, ya listas, adornadas, preparadas para la transferencia de la soberanía de Macau de Portugal a China. Y tal como la misma Alicia lo describe, ella y este peruano visitante, Alfredo, serán testigos de este nuevo nacimiento. Desde estas primeras páginas, Wong nos va mostrando el camino. Poco a poco, surgen las geografías y procedencias diversas. Nombra La Victoria, distrito limeño al que describe como «un lugar peligroso lleno de mercachifles, pequeños prostíbulos y delincuentes de poca monta». Y en medio de estas descripciones de tierras lejanas, surge la primera frase, camuflada, que nos dará una pista primigenia de lo que Alicia siente, vive y esconde: «A veces creo que él tampoco me puede ver...».

Las descripciones de este primer capítulo nos hacen ver, oler, saborear, sentir a Macau y sus calles, sus postres, su comida. La fotografía también se instala desde estas primeras páginas como esa herramienta capaz de atrapar un momento, un acontecimiento y esconderlo tomando la forma que el fotógrafo decida concederle. Nos sentimos participes de los sucesos y, sin percatarnos, ya comenzamos a caminar de la mano de Alicia, quien desde el segundo capítulo nos envolverá en una cascada de elipsis conduciéndonos a sus propios y cruentos abismos.

El cuaderno negro es comprado por una Alicia que acaba de cumplir diez años en 1982 y que escribirá en él hasta el 20 de diciembre de 2015. Y es a través de la escritura de este cuaderno que podremos adentrarnos en la historia que la protagonista nos relata. Las hojas de este cuaderno pretenderán en un inicio convertirse en un diario, un diario, que la protagonista, se lanza a escribir para no olvidar y que contendrá «apuntes, poemas propios y copiados, fotos pegadas, recortes de periódicos, diseños, dibujos y algunas postales», pero a partir del 20 de diciembre de 1999, Alicia solo escribirá cada año, en esa misma fecha, intentando encerrar en sus páginas un registro de todo lo vivido en aquellos años en Macau.

Y entonces el cuaderno, la autora y la narradora, nos develan la historia detrás del nacimiento de Alicia, en medio de la peor pobreza, en Ichocán, un distrito de Cajamarca. Vamos enterándonos de la compleja relación de la niña que ha quedado a cargo de su abuela. Una abuela que también ha devenido en migrante, una abuela fuerte y violenta, extraña y rabiosa, casi analfabeta, con un secreto doloroso. Una abuela que, en clara demostración de algún tipo de amor hacia la niña, solo piensa en buscar la salida para que Alicia, esa pequeña indefensa a la que a veces ella trata de «muchacha de mierda», tenga una buena educación que la salve de la desgracia y de la muerte. En esa realidad atroz, también encontramos a la madre de Alicia. Una mujer que sobrevive sobre un sucio colchón, babeando, desquiciada, loca, arrastrando las consecuencias de la ignominia. La pequeña sabe que ella es su madre, intenta ir más allá y pregunta, quiere saber que ha pasado con su madre, pero la abuela impone el silencio y asume el mando de la casa y del futuro de la niña. Wong logra llevarnos de la mano por esta casa grande con corral y plantas, que sigue siendo muy pobre en la sierra peruana para luego trasladarnos a Macau, a esa otra realidad que le espera a la pequeña Alicia. Una realidad de ropa limpia y bella, de apartamento grande, de colegio y compañeras en el que a menudo se sentirá invisible y avergonzada. Dos mundos opuestos, dos realidades, dos países, dos culturas de costumbres distintas, pero que inevitablemente, en su mezcla, la determinan.

En Macau está Teresa, la tía que luego descubrimos también es prima de Alicia y que lleva una relación extraña con su esposo. Y está el tío Ah-Kwan, el esposo de Teresa, el profesor exitoso y del que luego iremos descubriendo, a medida que las hojas del cuaderno van avanzando, secretos terribles.

En Macau, Alicia es la distinta, la migrante, sudamericana, la de los pies grandes, la que se percibe invisible y se avergüenza de decir de donde viene. En Macau, está el deseo, el sexo, la calentura, los limites violentados, porque al igual que en su tierra de origen la violencia contra las niñas persiste, se impone, se normaliza.

Cuaderno negro de Almada es el cúmulo de todas las voces, encuentros y desencuentros, secretos enterrados en el silencio o en la calzada. Ese suelo tan especial que nace en Portugal y que luego se instala en Macau durante tantos años que se convierte en parte de su identidad, aquellos hombres en cuclillas, los mestres calceteiros, reparando, creando el empedrado portugués que, bajo su belleza laberíntica de piedras blancas y negras, oculta los secretos abisales de toda una ciudad. Para Wong, en la novela, este empedrado juega un papel protagónico que les invito a develar.

En la novela, las voces se irán imponiendo, la de Alicia siempre cambiando, evolucionando, liberándose, tal vez sanando. La voz de Alfredo, el camarógrafo que por casualidad va a Macau, la voz de la abuela, de la tía Teresa, la del tío Kwan. Todas. Todas las voces. Todos los cuerpos. voces y cuerpos rotos, que arrastran el pasado del que buscan redimirse o escapar.

Las enfermedades que acechan desde antes del nacimiento determinan decisiones de la algunos de los personajes que conforman las familias en Cuaderno negro de Almada. Y en la novela se refleja lo que desde tiempos ancestrales escuchamos las mujeres. Se nos grita, se nos etiqueta, se nos acusa de locas. Locas las mujeres que siendo niñas han sido tocadas, manoseadas, penetradas abusadas, despreciadas, burladas, humilladas. Locas las madres en la Plaza de Mayo, aquellas secuestradas y luego lanzadas desde el aire a un río de muerte. Locas las niñas abusadas por sus padres, por sus tíos, por desconocidos. Locas las que denuncian, las que se defienden, las que enfrentan. Locas las que gritan, las que señalan y reclaman. Locas. Locas todas.

En la novela, las piedras de la calzada, las piedras de esos suelos que soportan nuestros pasos indiferentes, esconden, guardan, atesoran, ocultan los más inocentes y lo más atroces secretos. También albergan los suelos de Macau y del mundo, las cenizas, esos restos grisáceos de quienes fuimos, de esa humanidad que ya no está. De esos cuerpos inundados de memorias sangrientas, violentas, de desprecios sexuales, raciales, políticos.

Cuaderno negro de Almada es una novela para leer despacio, para leer con atención, para hacernos preguntas e intentar responderlas.

Alicia realiza un viaje de crecimiento. Desde su nacimiento pareciera que el destino ya tiene un camino marcado. Y ella, en ese avanzar, crece y se transforma, crece, se rompe y sana como cada una de nosotras, mujeres migrantes, viajeras, atrevidas, curiosas, inconformistas. Mujeres rebeldes, mujeres avergonzadas, dolidas. Mujeres que logran sanar las heridas. Mujeres que se sobreponen a los traumas, a los golpes, al abuso, a la tradición, a la mentira. Mujeres que sobrevuelan sus propias miserias y las entierran debajo de la tierra, transformándose, mutando, como las ciudades, como los países que van acatando los cambios de ruta, las imposiciones políticas, culturales. Colonizados y colonizadores. Una gran y permanente metamorfosis de las ciudades, las culturas, los poderes, las fronteras y, otra vez, los cuerpos.

 

Kathy Serrano

 




Ficha técnica

Título: Cuaderno negro de Almada
Autora: Julia Wong Kcomt 
Género: novela
ISBN: 978-612-5058-10-2
Sello/editorial: Gafas Moradas 
Ciudad y año de publicación: Lima, 2022
Tamaño: 13.5 x 21 cm
Peso: 220 g
Páginas: 130
Precio de venta: S/ 45
Reseña de contraportada: Entre linternas de papel y los dibujos maravillosos de las calzadas de los mestres calceteiros portugueses, Cuaderno negro de Almada guarda la historia de vida de Alicia Li, una joven migrante quien necesitaba contar su vivencias y lo que pasaba a su alrededor a través de fotos, poemas, recortes, pensamientos y hechos. La novela empieza en el fascinante Macau, donde Alicia vive con sus tíos, Teresa y Kwan. Ella se muda a esta región en busca de una vida mejor después de vivir su infancia temprana en la sierra peruana, en Ichocán, Cajamarca, junto a su abuela. En su nuevo hogar, se pregunta quién es, recuerda de dónde viene, descubre un deseo sexual intenso y de tintes prohibidos, y encuentra lo qué quiere hacer en la vida. Esta intrigante historia también nos permite vislumbrar los mundos internos de Teresa y Kwan, la percepción de ambos sobre su relación de pareja y sobre Alicia, la sobrina del lejano Perú con la que forman una familia. Además, nos permite acompañar a Alicia y su fascinación por el arte y los secretos de los calceteiros, quienes, piensa, deben conocer todos los secretos del mundo que pisamos. Cuaderno negro de Almada es una novela profundamente humana, que nos lleva a preguntarnos sobre la naturaleza del amor, la familia y el propósito personal de vida. Julia Wong crea en Alicia un personaje complejo y real, que parece hablarnos directamente, escribir para que compartamos sus recuerdos, preguntas y penas.
Biografía: Julia Wong Kcomt (Chepén, 1965) es gestora cultural y escritora. Si bien publicó su primer poemario a inicios de la década de 1990, a partir del 2000 se intensificó su producción literaria, tanto en poesía como en narrativa. Siendo hija de padre migrante chino y madre tusán, su escritura aborda con frecuencia temas muy relacionados con aspectos biográficos, como la identidad, la migración y el viaje. Su mayor preocupación ha sido divulgar la literatura de la diáspora asiática (tanto china como japonesa), además de resaltar la producción de autores del norte del país. Desde muy pequeña tuvo contacto con la lusofonía por sus visitas constantes a Macau, donde  vivió su padre por veinticinco años, hecho que también se refleja en su obra. Ha publicado las novelas Mongolia (2015) y Aquello que perdimos en la arena (2019), y los poemarios Un vaso de leche fría para el rapsoda (2016), Pessoa por Wong (2018), Tequila prayers (2018) y Antología poética (1993-2019) (2020).

Lugares de venta
Librerías: El Virrey (calle Bolognesi 510, Miraflores), Placeres Compulsivos (jirón Mariscal José Antonio de Sucre 407, Barranco), Sur (avenida Pardo y Aliaga 683, San Isidro), Babel (Arístides Aljovín 421, Miraflores), 
Librerías web: Gafas MoradasMercado LibreLa PajareraAnonyma LibreríaUna Tribu Librera, en el Perú (libro impreso); Buscalibre, en Colombia (libro impreso); Gandhi, en México (libro impreso); Casa del Libro, en España (libro impreso); Book Depository, en todo el mundo (libro impreso); Agapea y Todos Tus Libros, en España (impresión bajo demanda); Librería de la U, en Colombia (impresión bajo demanda); y El Petirrojo, en Ecuador (impresión bajo demanda). 
 
Información de interés
Dirección electrónica de la autora: beltcoast@gmail.com



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miércoles, 1 de marzo de 2023

En la ruta de la enajenación


La poesía nos afirma en tanto seres con límites; nos adosa y parapeta, nos aguijonea y exalta desde sus intrincadas sorpresas y asombros. Sin la poesía naufragaríamos en la cotidianeidad de los deberes y mandatos, en las responsabilidades, las angustias y las monotonías, en las facturas, los semáforos, las terapias y las redes sociales. La poesía, tan indefinible e inquietante como encantadora, sustancial e intensa, se nos presenta transfigurada en epifanía, salvavidas, fuente de conocimiento y verdad literaria. La poesía emana desde resquicios psíquicos y surge avasalladora a partir de fisuras existenciales para interpretarnos desde nuestra ignorancia supina. Asimismo, para recordarnos que, no obstante nuestras miserias y la intrascendencia de nuestros más brillantes logros, tenemos quizá la esperanza de comprender algún misterio o propósito y de repente alcanzar a reconocernos ante el espejo de la soledad y la exclusión. Tempestad e ímpetu a la vieja usanza romántica para ahondar en nuestros sentimientos y emociones, pero también quiescencia, método y contemplación para sondear nuestra identidad y raíces desde la lógica y la razón.

El tiempo suspendido entre tus manos, primer libro de Gisella Ballabeni, nos recuerda esto, pero, además, nos confirma que los grandes temas literarios no se agotan ni se reducen a fórmulas, sino todo lo contrario: se reavivan y multiplican desde la mirada que evoca, convoca, socava e invoca, es decir, al transformar todo aquello que se manifiesta coevo, a fin de conducirnos al pie de las grandes preguntas, lugar en el que nadie espera paradójicamente respuestas ni certezas, tan solo sumirse en el recogimiento, gozo y explanación, en un escenario que ha excluido el pecado, la culpa y el castigo. La autora nos compromete a seguir la ruta de la enajenación, la alterabilidad y la otredad, desde un yo poético que sondea su entorno, traspasa fronteras, y de pronto descubre un interlocutor silente para definir un narratario a veces fugaz, por momentos esquivo y en determinadas circunstancias indolente. Gisella nos invita a ser cómplices de un tiempo pendiente sin manecillas ni alarmas para despertar y dejar de ser, en el que lo que transcurre y discurre es una escena que se replantea desde variaciones, un relato que nos confronta ante una percepción específica de una historia personal.

El libro empieza con una declaración de principios; la conciencia de la muerte o la anulación de todo deseo no es el inicio en sí, sino la reanudación de una existencia previa, corolario de una situación límite y definitiva. Sin embargo, a pesar de la muerte, la autora llena de color el primer poema. Puede haber muerte, pero eso no significa la manifestación del luto o sufrimiento ni la posibilidad de sobrellevar el duelo. Estamos ante la necesidad de dejar de ser para asegurar la vida y eso podría implicar algún tipo de celebración o puesta en escena. De hecho, se anuncia una suerte de espectáculo: «que se abra el telón / que sangren las venas / que agonice el sol» (p. 13). Este preámbulo, antecedido por dos anclajes —el firmado por Sulpicia (la voz femenina de la poesía romana, siglo I antes de Cristo), en el que resalta «Venus con sus promesas ha cumplido: que deleites míos cante cualquiera por si dice no haber tenido suyos», y el verso suelto: «Hay líneas que se escriben en olvido», que de algún modo nos advierte de cierto grado de iluminación creadora en el ejercicio de poetizar—, nos aproxima a los veinte poemas siguientes, para tomar distancia y sopesar el vaivén de lo que la autora nos confiará.

El poemario se enmarca en una poética del cuerpo para ofrecernos una estética del autodescubrimiento con fluidez y claridad. El libro se despliega en versos cortos y poemas breves, pero es un campo minado de complejidades. Lo que vemos y leemos no resulta ser lo que advertimos en un primer momento. En una segunda lectura se decantan las intenciones últimas y los propósitos de fondo. Gisella desarrolla un código muy personal con palabras clave que se van redefiniendo de un poema a otro. En otra dirección, lo cotidiano sede a lo prístino, a la observación de laboratorio del objeto-sujeto de interés o al espacio único y privado para la exultación. Pero hay más direcciones con apariencia de contradicciones. El descubrimiento y la afirmación del placer como sustrato o ilación es un sutil telón de fondo. La narradora, que no es necesariamente la autora, ausculta recuerdos y los disfraza en un presente continuo, y siembra pistas. Por ejemplo, para definirse, plantea: «versículo veintisiete / capítulo uno // la décima musa // mujer» (p. 16), con lo cual remata el poema titulado «yo, mujer», o sea, con lo cual atrae y aleja, con lo cual dice y oculta, con lo cual refiere y tergiversa. Nada es definitivo, todo queda sujeto a potencia y acto, a la metafísica de lo tangible desde la posibilidad del deseo para el goce, como se aprecia en gran parte del libro.

¿Estamos ante una exploración poética articulada desde el interés sexual? ¿No será quizá que la autora ha urdido una metáfora del placer carnal para rumiar/añorar la existencia perdida considerando el punto de partida, es decir, el primer poema, cuyo título es justamente «todos tienen derecho a morir»? ¿Denotar con exageración para connotar lateral o transversalmente? Sea cual fuere la respuesta, es importante precisar que, tras todo acto de simbolización poética (valga esta casi redundancia), se asienta una ficción, y esta, por mínima que parezca o, en efecto, resulte, supone una verosimilitud que no es exclusiva de la narrativa. En la historia que Gisella nos relata, el conflicto no se produce por una acción adversa o una desavenencia entre personajes; este se debe más bien a una cuestión de índole argumentativa, que se halla en varios pasajes, pero sobre todo en el poema «el tiempo suspendido entre tus manos», casi a la mitad del poemario y que le da nombre a este. En el centro del poema, la autora nos revela: «siento que me he vuelto estéril / en la longitud de un disparo congelado / ansioso de mi cuerpo inerme» (p. 29). Es, sin duda, la muerte presente que insiste con sus tentáculos; muerte a futuro y sin posibilidad de vida más allá de lo experimentado. Con su piel profanada (p. 25), derretida (p. 35). Que es y no es la «petite mort / la más plácida de las muertes» (p. 22), que alude al periodo refractario posterior al orgasmo, caracterizado por pérdida de conciencia o desfallecimiento.

La poeta, con sutil sugerencia, nos refiere que «nunca existieron valles sagrados / me volviste Erato / Eva / Venus». Pero esta Venus no es la misma a lo largo de la historia que trama. Venus muta desde el epígrafe de Sulpicia en las páginas iniciales, o sea, se replantea desde la tradición latina, más de dos mil años atrás, hasta armar el rompecabezas de la actualidad, en un diálogo en minúsculas que solo posible en el tiempo suspendido entre tus manos. Pero eso no es todo, labios (8), manos (8) y pechos (4), desnudez (6), ardores (4) y humedad (3), y otras voces más que aluden a partes del cuerpo y al fragor de la efusión amatoria, son palabras recurrentes que se resignifican en la medida que se engastan en los versos, elevándose a la ene para redibujar el instante preciso, detallar la escena o perfilar al personaje con precisión poética para capturar y transmitir la belleza. Así, en este libro sobre la muerte literal o figurada, el amor o el querer es un fantasma que no llega a ser un hilo conductor en esta historia de adquisición y pérdida, de recuperación y olvido, de reconquista y vacío, de apropiación-acompañamiento y soledad, pero resuena suficientemente para refundar el imperio de los sentidos, la fragua que reaviva la pasión y la plenitud por recobrar el oscuro objeto del deseo. En efecto, la poesía nos reafirma en tanto seres con límites. 


José Donayre Hoefken





Ficha técnica
Título: El tiempo suspendido entre tus manos
Autora: Gisella Ballabeni 
Género: poesía
ISBN: 978-612-48725-4-9
Sello/editorial: Sol Negro 
Ciudad y año de publicación: Lima, 2022
Tamaño: 14.5 x 21 cm
Peso: 75 g
Páginas: 44
Precio de venta: S/ 30
Reseña de contraportada: Catulo le cantó a Lesbia; Propercio, a Cintia; y Petrarca, a Laura. En El tiempo suspendido entre tus manos de Gisella Ballabeni, es la mujer la que se canta a sí misma, pues si bien necesita de su amante para lograr el placer, no es un ser sumiso condicionado por la mirada y el deseo del otro. Ballabeni, con versos lúbricos, celebra el erotismo de los amantes, pero no solo la comunión sexual y la pasión carnal, sino también el paso inexorable del tiempo como ese oscuro hado que permea el olvido y los cuerpos.
Biografía: Gisella Ballabeni (Lima, 1975) es comunicadora. Actualmente, se dedica al Marketing y Comunicación en Redes. Invitada al encuentro académico y literario Spanish and Latin American Voices in Oxford, en la universidad del mismo nombre. Cuentos publicados: «Agente 486» en La tentación de escribir y «Me tengo que ir» en Sexo al cubo. Veintisiete relatos sobre la sexualidad femenina en el Perú escritos por mujeres. Desde 2019 es redactora y comunicadora en la organización internacional La Ninfa Eco con sede central en Oxford, Reino Unido. El tiempo suspendido entre tus manos es su primer poemario.

Lugares de venta
Librerías: El Virrey (calle Bolognesi 510, Miraflores), Communitas (avenida 2 de Mayo 1690, San Isidro), Lancom Bookstore (avenida Petit Thouars 5550, Miraflores), La Rebelde (jirón Batalla de Junín 260, Barranco), Placeres Compulsivos (jirón Mariscal José Antonio de Sucre 407, Barranco), Licántropo (calle Santa Marta 114, Arequipa)
Librerías web: Libros Peruanos, Amazon

Información de interés
Dirección electrónica de la autora: gisellaballabeni@gmail.com



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Ricardo Palma, escritor gótico

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