El contexto de la pandemia de la covid-19 vivida en recientes años en el mundo y los estragos que causó, no solo con los millones de muertos, sino en diversas dimensiones (léase económica, social, cultural y psicológica), inevitablemente, tanto en su momento como con el paso del tiempo, debía ser relatada, enfrentada y acaso sublimada por medio de la expresión artística y en particular de la literatura. Pues, cada hombre, mujer, niño, niña, familia, ciudad y país, tiene una o cientos de historias que contar; cada quien desde un punto de vista diferente y desde una ubicación y condición particular. La muerte, su amenaza latente, el temor a contagiarse y las posibilidades de no salvarse, la esperanza y la lucha, entre otros, acaso sean los tópicos que funcionan como denominador común en el sustrato de todas estas posibles historias que contar sobre el contexto de la pandemia.
De esta manera, en el campo literario, la ficción, en tanto instrumento que permite conjugar la realidad con la imaginación, mediante la escritura, sirve para acercarse a este suceso mundial y entenderlo y sentirlo de la mano de los personajes y las situaciones que viven. La ficción como un catalizador para comprender lo siniestro y lo bello que puede ser la vida y la existencia humana. Es bajo esta perspectiva que podemos acercarnos a Sumay, novela breve de Elizabeth Rodríguez Acevedo.
La historia
Sumay cuenta la historia de Simón, un hombre que bordea los ochenta años y que, en su vida profesional, ejerció la abogacía y la actividad política [«Mi padre me enseñó a luchar por nuestros derechos y por eso fui un político muy activo y me opuse al régimen franquista con toda mi alma» (p. 23)]. Tras haber enviudado, vive solo en su departamento de Barcelona, mientras atiende una dolencia en la cadera. Sus hijos, ya profesionales y con familia, viven lejos, pero mantienen una comunicación eventual con él. La soledad de Simón será confortada por la compañía de un perro de agua español, a quien recoge en un parque de niños y adopta, poco antes de que se decrete el confinamiento obligatorio por la covid-19, aquella enfermedad que «solo podría pasar en esos países asiáticos y que allí se quedaría» (p. 16), como Simón creyó en un momento.
Simón bautiza al perro con el nombre de «Sumay», y desde entonces asistimos a una historia entre amo y mascota, en la que la compañía que se procuran servirá como atenuante para enfrentar la situación de aislamiento, las desgracias de la pandemia y la incertidumbre. Como en la realidad, que las personas hablan a sus mascotas, en especial si se trata de perros, como si esperasen una contestación real, Simón entabla diálogo con Sumay, mientras que el perro, desde su instinto y observación, nos revela claves del pensar y sentir de su amo.
Este es el marco en el que pronto comenzará la historia que Elizabeth Rodríguez nos cuenta. Una historia que nos sitúa en el contexto de la pandemia, y explora desde la trama narrativa el mundo interior de los personajes y sus temores ante la enfermedad. Además de ello, la autora apela a un juego interesante de roles, de manera que quien nuclea y cuenta la historia es el perro Sumay. Recurso valioso que implica asumir el punto de vista del animal e interiorizar su sentir respecto a su amo: sus preocupaciones, su rutina, las caricias que le prodiga y su manera de ver el mundo
La voz de Sumay
Sumay es una palabra quechua que significa «respirar». Simón la escuchó y aprendió en un viaje que hizo a la ciudadela de Machu Picchu. De esta manera, Sumay, el nombre del perro, resulta simbólico en el contexto en el cual se desarrolla la novela. Recordemos cuán importante era el poder respirar con normalidad durante la enfermedad para quienes se contagiaban. Al mismo tiempo, cuánta era la incomodidad de no poder respirar con normalidad si había que colocarse las mascarillas. En ese sentido, el respirar resultó siendo significativo en el devenir de la pandemia y, en este caso, como eje simbólico en la novela de Elizabeth Rodríguez. En realidad, al bautizar con ese nombre al perro, lo que hace Simón es poner en manos de su acompañante, que es casi como su hijo —ante la falta de preocupación de sus hijos por él—, la esperanza de poder mantenerse con buena salud en medio de la enfermedad atemorizante, que va cobrando vidas en el edificio y barrio donde vive. Por ello, Sumay, al escuchar su nombre, pensará: «Estoy muy de acuerdo con mi nombre porque soy ese respiro ante tanto dolor y tragedia que está pasando Simón» (p. 21).
Por su parte, Sumay, como cualquier perro, disfruta del tiempo, de las caricias y atención que le procura su amo. Los paseos al parque, a la zona del pipican, las galletas tipo huesito con sabor a carne, o las croquetas que Simón le ofrece y que son una delicia. «Mis intestinos entraron en un caos absoluto y, como no entienden de pandemia, apretaron, y solo atiné a saltar de ansias por ese olor que desprendían las croquetas y, más aún, el sonido que hacían al caer sobre el plato» (p. 16), piensa. En agradecimiento, lamerá las manos de Simón con la intención de procurarle felicidad.
Se opera de esta manera una bella además de utilitaria correspondencia entre los personajes, humano y animal, en tanto se complementan como una unidad indivisible que les permite sobrellevar el paso de los días.
Novela informativa
Sumay se compone también de pasajes en los que Simón habla por teléfono con cada uno de sus hijos sobre la salud, cómo van las cosas por casa, e inevitablemente sobre la pandemia y la covid-19. Las conversaciones versan desde distintas perspectivas, acorde a la profesión de cada uno de los hijos: Albert, quien es médico; Martí, quien es periodista; Eduardo, quien es economista; y Antoni, quien es ingeniero ambiental.
Por medio de estos diálogos telefónicos entre Simón y sus hijos, Elizabeth Rodríguez logra construir un cuadro informativo respecto a la pandemia, puesto que los diálogos se constituyen como unidades narrativas que permiten al lector conocer detalles y captar información sobre la covid-19, desde distintas aristas, en correspondencia con la profesión de cada uno de los hijos: vale decir, el enfoque médico, el enfoque periodístico, el enfoque económico y el enfoque ambiental.
En este punto podemos ensayar la idea de que Sumay es una novela de tipo informativo. Esto permite acercarnos al complejo entramado que guarda consigo la enfermedad, la cual, como sabemos —y hemos vivido y sentido— ha afectado y acaso siga afectando diversos espacios del vivir humano, el desarrollo de las actividades cotidianas, cuando menos si no ha causado muerte y dolor. Desde luego, las cuatro perspectivas que se asumen como tejido narrativo en torno a la covid-19 no son las únicas que podrían dar cuenta de su complejidad y sus afecciones, pero como marco referencial dentro de la novela sirven para entender, asumir, interpretar y acaso opinar igual o distinto de lo que afirman y razonan los personajes, lo que se constituye como un diálogo exógeno de la novela, entre lector y personajes.
Hecho inesperado
El final de la novela está marcado por un hecho inesperado (que no revelaré), a una semana de acabar el confinamiento y regresar a la normalidad, aunque la pandemia siga presente. Como telón de fondo, Simón le contará a Sumay la historia de su niñez, en la que tuvo la compañía de un perro, llamado Ankor, al que su madre mató por haberse comido una pierna de cordero. De esta manera, Simón, al adoptar a Sumay, retorna al tiempo, en una suerte de vuelta circular a la historia de su vida, y ofrece esperanza ante el dolor y la incertidumbre que se vive en el mundo, un planeta amenazado por una enfermedad desconocida como fue la covid-19. Sumay, en ese sentido, nos ayuda a entender el miedo, la soledad y la necesidad de compañía.
Christian Reynoso