La
novela Cuaderno negro de Almada de Julia Wong Kcomt comienza con la entrada en el diario de Alicia, la
protagonista, fechada el 19 de diciembre de 1999: «Mañana es el día. Mejor dicho,
hoy, 19 de diciembre de 1999, a medianoche». Alicia acompaña a Alfredo, un
camarógrafo peruano que ha viajado para cubrir el evento, por las calles de
Macau, ya listas, adornadas, preparadas para la transferencia de la soberanía
de Macau de Portugal a China. Y tal como la misma Alicia lo describe, ella y este
peruano visitante, Alfredo, serán testigos de este nuevo nacimiento. Desde estas
primeras páginas, Wong nos va mostrando el camino. Poco a poco, surgen las
geografías y procedencias diversas. Nombra La Victoria, distrito limeño al que
describe como «un lugar peligroso lleno de mercachifles, pequeños prostíbulos y
delincuentes de poca monta». Y en medio de estas descripciones de tierras
lejanas, surge la primera frase, camuflada, que nos dará una pista primigenia
de lo que Alicia siente, vive y esconde: «A veces creo que él tampoco me puede
ver...».
Las
descripciones de este primer capítulo nos hacen ver, oler, saborear, sentir a
Macau y sus calles, sus postres, su comida. La fotografía también se instala
desde estas primeras páginas como esa herramienta capaz de atrapar un momento,
un acontecimiento y esconderlo tomando la forma que el fotógrafo decida
concederle. Nos sentimos participes de los sucesos y, sin percatarnos, ya
comenzamos a caminar de la mano de Alicia, quien desde el segundo capítulo nos
envolverá en una cascada de elipsis conduciéndonos a sus propios y cruentos
abismos.
El
cuaderno negro es comprado por una Alicia que acaba de cumplir diez años en
1982 y que escribirá en él hasta el 20 de diciembre de 2015. Y es a través de
la escritura de este cuaderno que podremos adentrarnos en la historia que la
protagonista nos relata. Las hojas de este cuaderno pretenderán en un inicio
convertirse en un diario, un diario, que la protagonista, se lanza a escribir
para no olvidar y que contendrá «apuntes, poemas propios y copiados, fotos
pegadas, recortes de periódicos, diseños, dibujos y algunas postales», pero a
partir del 20 de diciembre de 1999, Alicia solo escribirá cada año, en esa
misma fecha, intentando encerrar en sus páginas un registro de todo lo vivido
en aquellos años en Macau.
Y
entonces el cuaderno, la autora y la narradora, nos develan la historia detrás
del nacimiento de Alicia, en medio de la peor pobreza, en Ichocán, un distrito
de Cajamarca. Vamos enterándonos de la compleja relación de la niña que ha
quedado a cargo de su abuela. Una abuela que también ha devenido en migrante, una
abuela fuerte y violenta, extraña y rabiosa, casi analfabeta, con un secreto
doloroso. Una abuela que, en clara demostración de algún tipo de amor hacia la
niña, solo piensa en buscar la salida para que Alicia, esa pequeña indefensa a
la que a veces ella trata de «muchacha de mierda», tenga una buena educación
que la salve de la desgracia y de la muerte. En esa realidad atroz, también
encontramos a la madre de Alicia. Una mujer que sobrevive sobre un sucio
colchón, babeando, desquiciada, loca, arrastrando las consecuencias de la
ignominia. La pequeña sabe que ella es su madre, intenta ir más allá y
pregunta, quiere saber que ha pasado con su madre, pero la abuela impone el
silencio y asume el mando de la casa y del futuro de la niña. Wong logra
llevarnos de la mano por esta casa grande con corral y plantas, que sigue
siendo muy pobre en la sierra peruana para luego trasladarnos a Macau, a esa
otra realidad que le espera a la pequeña Alicia. Una realidad de ropa limpia y
bella, de apartamento grande, de colegio y compañeras en el que a menudo se
sentirá invisible y avergonzada. Dos mundos opuestos, dos realidades, dos
países, dos culturas de costumbres distintas, pero que inevitablemente, en su
mezcla, la determinan.
En
Macau está Teresa, la tía que luego descubrimos también es prima de Alicia y
que lleva una relación extraña con su esposo. Y está el tío Ah-Kwan, el esposo
de Teresa, el profesor exitoso y del que luego iremos descubriendo, a medida
que las hojas del cuaderno van avanzando, secretos terribles.
En
Macau, Alicia es la distinta, la migrante, sudamericana, la de los pies
grandes, la que se percibe invisible y se avergüenza de decir de donde viene.
En Macau, está el deseo, el sexo, la calentura, los limites violentados, porque
al igual que en su tierra de origen la violencia contra las niñas persiste, se
impone, se normaliza.
Cuaderno
negro de Almada es el cúmulo de todas las voces,
encuentros y desencuentros, secretos enterrados en el silencio o en la calzada.
Ese suelo tan especial que nace en Portugal y que luego se instala en Macau durante tantos años que se convierte en parte de su identidad, aquellos hombres
en cuclillas, los mestres calceteiros, reparando, creando el empedrado
portugués que, bajo su belleza laberíntica de piedras blancas y negras, oculta
los secretos abisales de toda una ciudad. Para Wong, en la novela, este empedrado
juega un papel protagónico que les invito a develar.
En
la novela, las voces se irán imponiendo, la de Alicia siempre cambiando,
evolucionando, liberándose, tal vez sanando. La voz de Alfredo, el camarógrafo que
por casualidad va a Macau, la voz de la abuela, de la tía Teresa, la del tío Kwan.
Todas. Todas las voces. Todos los cuerpos. voces y cuerpos rotos, que arrastran
el pasado del que buscan redimirse o escapar.
Las
enfermedades que acechan desde antes del nacimiento determinan decisiones de la
algunos de los personajes que conforman las familias en Cuaderno negro de Almada. Y en la novela se refleja lo que desde
tiempos ancestrales escuchamos las mujeres. Se nos grita, se nos etiqueta, se
nos acusa de locas. Locas las mujeres que siendo niñas han sido tocadas,
manoseadas, penetradas abusadas, despreciadas, burladas, humilladas. Locas las
madres en la Plaza de Mayo, aquellas secuestradas y luego lanzadas desde el
aire a un río de muerte. Locas las niñas abusadas por sus padres, por sus tíos,
por desconocidos. Locas las que denuncian, las que se defienden, las que
enfrentan. Locas las que gritan, las que señalan y reclaman. Locas. Locas todas.
En
la novela, las piedras de la calzada, las piedras de esos suelos que soportan
nuestros pasos indiferentes, esconden, guardan, atesoran, ocultan los más
inocentes y lo más atroces secretos. También albergan los suelos de Macau y del
mundo, las cenizas, esos restos grisáceos de quienes fuimos, de esa humanidad
que ya no está. De esos cuerpos inundados de memorias sangrientas, violentas,
de desprecios sexuales, raciales, políticos.
Cuaderno
negro de Almada es una novela para leer despacio, para
leer con atención, para hacernos preguntas e intentar responderlas.
Alicia
realiza un viaje de crecimiento. Desde su nacimiento pareciera que el destino
ya tiene un camino marcado. Y ella, en ese avanzar, crece y se transforma,
crece, se rompe y sana como cada una de nosotras, mujeres migrantes, viajeras,
atrevidas, curiosas, inconformistas. Mujeres rebeldes, mujeres avergonzadas,
dolidas. Mujeres que logran sanar las heridas. Mujeres que se sobreponen a los
traumas, a los golpes, al abuso, a la tradición, a la mentira. Mujeres que
sobrevuelan sus propias miserias y las entierran debajo de la tierra,
transformándose, mutando, como las ciudades, como los países que van acatando
los cambios de ruta, las imposiciones políticas, culturales. Colonizados y
colonizadores. Una gran y permanente metamorfosis de las ciudades, las culturas,
los poderes, las fronteras y, otra vez, los cuerpos.
Kathy
Serrano
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