El cuento ha sido casi siempre un género en el que los experimentos formales han tenido escasa fortuna y, al menos desde que Poe firmó la casi eterna forma del cuento moderno, sus características —estilos más, estilos menos— se han mantenido intactos. Un eje dramático que privilegia el sentido de la tensión, la brevedad y un final sorpresivo, de efecto variado, especialmente irónico, continúan siendo ingredientes centrales, acaso invariables, en un relato.
Luego de leer los relatos que componen El romántico de Carlos Luján Andrade, uno encuentra que esas lecciones han sido tomadas con provecho. Pero hay que añadir también unas depuradas maneras de afrontar el realismo, haciendo un doble movimiento: mirando hacia la tradición y construyendo un lenguaje personal.
La mirada a la tradición en estos relatos tiene sin duda una impronta ribeyriana: un vasto catálogo de personajes atrapados en alguna obsesión, empeñados en derrotar al destino inexorable de sus vidas. La lucha es desigual e inútil; de ellas surge un conmovedor sentido heroico, de varias tonalidades, que es el que traslucen muchas de las criaturas que pueblan las páginas de este libro de Luján Andrade.
La construcción de un lenguaje personal tiene que ver con la gama de sentimientos que van suscitando los cuentos en relación con sus escenarios y vertientes: si se trata del ámbito urbano, el relato se decanta por una expresión de descreimiento; los textos de tono cercano al fantástico, en cambio, muestran una proclividad a lo libresco y ofrecen un singular reto interpretativo; sus incursiones en el mundo rural amplifican sensaciones perturbadoras.
El cuento inicial, titulado «La noticia», presenta algunos aspectos singulares, sin alejarse demasiado de lo dicho aquí sobre la práctica realista. Es de interés que el narrador emplee el vocativo en su relato: «No quería que se lo dijeras, era todo lo que te pedía» (p. 13), dicen las primeras líneas. En adelante, el sentido del cuento es la confrontación de un personaje y en un verdadero giro argumental. Luego de enumerar profusamente las malas acciones cometidas por el personaje, se suma el sarcasmo: este es, ni más ni menos, un sacerdote. Una variante creativa de la antigua lucha entre el ser y el parecer (la apariencia).
El cuento siguiente, «Siete moscas», se ubica en la orilla de lo extraño, de lo insólito. Combina la superstición y recuerda, como intertexto remoto, a un cuento de hadas en el que el personaje mata siete moscas de un solo golpe —«El sastrecillo valiente»—, quien gracias a esta hazaña viaja por el mundo enfrentando diversos peligros y combatiendo con seres sobrenaturales. Luján Andrade plantea este esquema, pero lo coloca en el contexto social: matar siete moscas decidirá el rumbo de una negociación entre una empresa minera y la comunidad.
Otro cuento destacable es «Selección de personal», de trasfondo kafkiano, pues propone situaciones en las que la lógica se torna difusa, las cosas se acercan cada vez más al absurdo, y en el final brilla la ironía, considerando el trabajo, visto como práctica de dominación, como un verdadero tesoro.
Estos tres relatos, de alguna forma, marcan el tono del libro y las posibilidades de estilo y significado descritas anteriormente.
El libro se divide en dos partes, y en la segunda se encuentran logros tan destacables como en la primera. El cuento «¿Recuerdas el fútbol peruano?», por ejemplo, juega con un referente popular ineludible en nuestro país, pero en un relato de corte futurista: «El fútbol ha dejado de ser un deporte popular hace muchos años, y él, un hombre de noventa y cinco años, era el último sobreviviente del último título nacional del ya extinto club Alianza Lima» (p. 119).
A esa segunda parte pertenece también «El lenguaje», un relato que intenta retratar una situación primigenia: el nacimiento del lenguaje, el nacimiento de un mundo, tema que tiene, sin duda, reminiscencias borgianas (recordemos, por ejemplo, «Las ruinas circulares»). El personaje es expuesto a las fuerzas de la naturaleza y el paisaje, sus sentidos van aprehendiendo todo con rigurosa curiosidad y apetito, así descubre sonidos, formas, secretas armonías. Se trata del cuento con un lenguaje más cercano a lo poético y, por momentos, con un aliento de ensayo filosófico: «Tétricas eran las noches, ya no podía ver mucho por la escasa claridad y me consolaba con el recuerdo de lo creado y visto en el transcurso del día. Mi memoria era frágil pues no podía recordar más allá del día que había despertado sobre unas hojas secas. Era tal mi desconcierto que asumí que ese fue mi nacimiento, mi primera vez sobre la vida y lo visto no era otra cosa que una primera experiencia» (p. 109).
El conjunto de diecinueve relatos que dan forma a El romántico es bastante parejo, aunque, por supuesto, destacan algunos cuentos sobre otros, como los que se han detallado líneas arriba. El conjunto muestra una solidez destacable y deja en los lectores la sensación de que el cuento es uno de los mejores vehículos expresivos de la experiencia humana. Sus personajes, atormentados por sus deseos, por su pasado, por su presente o marcados por un destino ante el cual se saben derrotados de antemano, forman un mosaico en el que podemos reconocer muchas de las ansiedades, los miedos, los espantos que ensombrecen la vida contemporánea. En eso radica, creo, el aporte de este libro, que considero de lectura necesaria.
Alonso Rabí Do Carmo