«Chimba» o «chimbar» es una palabra que, en el lenguaje popular de la selva amazónica peruana, se emplea para señalar que se ha cruzado el río, a nado o en balsa, y se ha llegado a la otra orilla. «¡Chimba!» se dice como una manera de haber logrado con éxito y satisfacción dicha empresa o reto, si la ocasión lo amerita. La palabra tiene un origen quechua y algunas acepciones en el Diccionario histórico de la lengua española le otorgan para Perú, Chile, Bolivia y Argentina, «orilla opuesta de un río», «barrio que se sitúa a las afueras de una ciudad, especialmente en la orilla opuesta del río» o «parte de un río con fondo firme, llano y poco profundo, por donde se puede pasar andando, cabalgando o en un vehículo». Otra docena de significados se le da en el resto de países sudamericanos. En cualquier caso, en las acepciones citadas, tiene una connotación de movimiento y de traslado de un lugar a otro.
Chimba también puede ser leída como una metáfora para nombrar el paso de la vida a la muerte: la otra orilla, aquella a la que todos, invariablemente, y más tarde o temprano, vamos a arribar, por vejez, enfermedad, deseo propio o circunstancias imprevistas. Los designios insospechados de la existencia humana que tendrán su final en aquella orilla insondable que es la muerte, el fin.
Obituario (2021) de Melissa Mendieta (Loreto, 1983) tiene que ver con este corpus en el que el paso de la vida a la muerte es elemento central de los textos que lo integran. No es ninguna casualidad el título del libro ni que el primer texto se titule «Chimba». De esta forma, Obituario va más allá de las notas necrológicas que se suelen escribir cuando las personas mueren, si nos atenemos al significado literal; más bien, es una observación y exploración a la chimba entre las orillas de la vida y la muerte.
Libro diverso
Obituario está conformado por un conjunto de textos que se circunscriben en el registro literario y ficcional, la crónica y el testimonio. Mendieta toma como escenario el imaginario de la Amazonía peruana, especialmente la región Loreto, en el que introduce un tema universal: la muerte. De la lectura se puede desprender que esta es la pulsión determinante que guía la escritura de la autora, tal vez con una cierta obsesión que necesita expiar, pues ella misma —podemos suponer—, como se advierte en el texto «Crónica del vuelo 204», ha vivido una experiencia en la que ha estado muy cerca de la muerte.
Fue en agosto de 2005, en circunstancias en que el avión en el que volaba rumbo a Iquitos se estrelló cerca de Pucallpa. Un poco menos de la mitad de los noventa y ocho pasajeros murieron, y ella estuvo entre los supervivientes. ¿Milagro? ¿Suerte? Nunca lo sabrá. Sin embargo, pese a haberse salvado, el dolor se acrecentó días después cuando los periódicos locales publicaron los obituarios de los fallecidos. ¿Acaso una suerte de culpa por haber sobrevivido? «Lo vivido en ese fatídico día aún duele, no puedo decir que lo he superado por completo, mentiría si lo afirmo, pues los sucesos de nuestra vida nos marcan, nos acompañarán siempre, pero uno aprende a vivir con ellos» (p. 65), escribe.
Si aquí la muerte ha estado muy cerca de materializarse, más bien, en los relatos de registro ficcional «Lágrimas de Margarita» y «Sueño sin sueño», la muerte es palpable. En el primero, Camilo Romero, guardián de la morgue del Ministerio Público de Iquitos, recuerda con nostalgia a su primera novia, Gloria, quien ha muerto de cáncer años atrás. Acude al cementerio a menudo para visitar su tumba y consolarse, pero el destino querrá que la relación entre ellos nunca se rompa cuando Camilo se entere de que ha tenido una hija con Gloria, a quien no conoce. Empezará entonces una historia...
En el segundo, haciendo uso de guiños fantásticos, la autora presenta a Vanessa, una muchacha que muere en circunstancias desconocidas horas después de que su novio le ha propuesto matrimonio. Lo insólito es que ella misma asiste a su velorio y entierro, y se ve a sí misma dentro del ataúd, aunque nadie advierta su presencia, a excepción de sus hermanos menores, pues solo los niños pueden verla. La historia se apoya en un drama amoroso y el misterio llega al clímax, gracias a un objeto valioso: el anillo de compromiso. A la manera del beso del príncipe que despierta a la bella durmiente, el cuerpo inerte de Vanessa deberá guardar consigo el anillo para poder morir completamente y dejar de vagar. En ambos relatos, como en la mayoría de los textos, el espacio del cementerio tiene un lugar preponderante. Es allí donde los personajes logran articular sus historias y entender las claves que conducirán sus pasos hacia la vida o hacia la muerte.
Covid-19 y muerte
Los relatos «Querer y no poder», «El final del viaje» y «El heraldo» nos acercan a la muerte en el contexto de la enfermedad de la covid-19 en Iquitos. La autora, haciendo uso de la crónica y la ficción, recrea la compleja y triste situación que se vivió en esta región durante la pandemia. Desde luego, el tema de la muerte es lo que marca el ritmo narrativo.
Álex, un estudiante de Medicina, en «Querer y no poder», hará todo lo posible para salvar de la muerte a su padre, Alejandro de la Puente, un reputado médico, quien ha contraído la covid-19 en funciones. La situación lo obligará a presentarse como voluntario en la pavorosa Sala Covid del hospital regional para estar cerca de su padre, donde ha sido internado. Este es el fondo que sirve para una historia de lucha en la que emergen los temores, la esperanza, el destino y el futuro que Álex deberá emprender, pues tendrá que conservar el legado de su padre. Un pasaje da cuenta de la labor del padre Raymundo quien, en la vida real, lideró la colecta ciudadana para la compra de plantas de oxígeno en Iquitos, ante la inoperancia de las autoridades del Sector Salud y la falta del vital gas, una noticia que fue bastante difundida en su momento.
En «El final del viaje», la perspectiva es desde el punto de vista femenino. Ángela, la protagonista, es una enfermera del hospital de Iquitos, quien sopesa la muerte de su anciana madre en el tiempo de la pandemia. A modo de vaso comunicante, Álex, del relato anterior, aparece en este de manera circunstancial, como el muchacho que despierta la atracción de Ángela. Pero pensar en el amor es difícil, pues el ritmo de trabajo que impone la pandemia lo hace imposible. «Con la pandemia no había tiempo de pensar en el amor» (p. 117), dice Ángela. El uso del diario, como un recurso textual, hace que la protagonista pueda encontrar consuelo. Allí plasma sus impresiones y temores, allí se derrumba, algo que no puede permitirse durante el trabajo. Así, Mendieta emplea este recurso para contraponer los sentimientos del personaje. En este relato, la muerte no obstante el dolor que causa, sirve como un nuevo inicio para la relación deteriorada que Ángela tiene con su hermano. Finalmente, en «El heraldo», asistimos al drama existencial que vive Renato, un periodista y poeta encargado de escribir los obituarios del periódico local.
Chimba
«Chimba», dentro del género del relato de aprendizaje, nos ubica en el mundo del colegio y las tardes de aventuras en las calles de Iquitos y en el lago Moronacocha. El personaje pívot es el niño Rolando Jiménez, quien vive y nos muestra el universo de las palomilladas propias de la niñez con los compañeros de aula, los juegos y las peleas. Pero también Rolando descubrirá el sentimiento de la culpa, tras la muerte de uno de sus amigos. Será la cruz que cargue hasta que aparezca la oportunidad de expiar dicho sentimiento, justamente al chimbar el lago Moronacocha y salvar a otro amigo a punto de ahogarse. De esta manera, en este relato, vida y muerte se contraponen en el acto de cruzar a nado el lago y alcanzar la orilla opuesta. La chimba adquiere la connotación del desafío y deseo por la vida, por encima de la muerte, aunque no siempre se pueda ganar.
Melissa Mendieta logra con sus historias en Obituario reflexionar sobre la muerte con la particularidad, en paralelo, de mostrarnos una porción del imaginario de la selva amazónica.
Christian Reynoso
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